Este miércoles, a pesar de la pandemia, miles de personas salieron a las calles en diferentes regiones del país para manifestar el descontento en contra de algunas políticas del Gobierno nacional, principalmente en contra de la reforma tributaria.
El desafío era grande: salir a las calles, en masa, en medio de una pandemia que ha arrebatado miles de vidas, y no provocar caos ni destruir espacios públicos y privados. Aunque en algunas ciudades del país los vándalos fueron protagonistas, como en Cali, donde hubo saqueos; o Bogotá, donde atacaron a un medio de prensa y afectaron las estaciones y flota del sistema de transporte masivo Transmilenio; o Neiva, donde atacaron sedes bancarias, en la región, específicamente en Valledupar y Gamarra, donde reportaron marchas, el protagonismo fue para el civismo y las expresiones culturales.
Esta jornada es un ejemplo que da el departamento sobre cómo hacerse oír sin causar daños colaterales, que en realidad siempre afectan al pueblo. Somos ejemplo y hay que resaltarlo, porque, además, no es casualidad. En el 2019, en medio del primer paro programado en contra de algunas políticas nacionales, miles de personas salieron a las calles del departamento y la noticia fue nuestro buen comportamiento.
Durante la protesta que se desarrolló de forma pacífica, desde las 8:00 de la mañana, hasta el mediodía, las expresiones artísticas se hicieron presentes. Estudiantes de la Universidad Popular del Cesar, UPC, pintaron sus cuerpos con la bandera de Colombia y felinos representando la “ferocidad de los jóvenes para defender un futuro próspero y justo para el país”.
Esas expresiones vandálicas que por contraste se dieron en otras ciudades tampoco deben manchar el rostro de la insatisfacción generalizada que ha dejado como aguda secuela la crisis del coronavirus y sus efectos socioeconómicos. No debemos desconocer que esta pandemia lo que vino fue a acentuar o dejar al descubierto unos males preexistentes a la enfermedad principal, que se dieron, antes de la pandemia, unas movilizaciones inmensas, unos cacerolazos que llegaron hasta el propio apartamento personal del presidente Duque en el norte de la capital, lideradas principalmente por jóvenes y estudiantes de todos los sectores sociales.
De manera que la inconformidad juvenil, el acceso inequitativo a la educación superior, la desigualdad social, el miedo de una clase media a perder el nivel que había logrado, son asuntos que están ahí sin solución y que marcan el destino de la patria adolorida.
Ahora la balanza está del lado del Gobierno nacional, en cabeza del presidente Iván Duque. Tiene la responsabilidad de abandonar cualquier calculo político, no mirar como rivales a quienes lideran la protesta, sino sentarse a dar la discusión de forma razonada y técnica. Parecen recomendaciones obvias, pero en Colombia está demostrado que a veces, por la política, lo correcto e ideal se deja a un lado. Presidente, tiene la palabra.