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Valledupar, ‘Ciudad megáfono’

A Valledupar cada alcalde le pone una frase para su gobierno. El actual, Mello Castro, aún no ha tomado esa decisión. Sorpresa Caribe, Ciudad Educadora, Ciudad Verde y con Tuto Uhía, Ciudad Naranja es cosa del pasado. Sin embargo, el gobernador Monsalvo  en avisos callejeros anuncia que hoy  la capital del Cesar es Ciudad Bosque. Al menos puso nombre. Franco Ovalle con gusto la hubiera bautizado “Ciudad Suegra”, ya que cada obra que inauguraba lleva el nombre de esa gran señora, que presumo debe ser muy buena, y él muy buen yerno.

Lo que pretendo pedirle, más  que al alcalde, a su secretario de Gobierno, Luis Enrique Galvis, en nombre de miles de estudiantes, maestros, lectores y enemigos del ruido y la bulla, darle el nombre  a Valledupar de ‘Ciudad Silencio’, será un sencillo y grande homenaje al jilguero Jorge Oñate y ‘Colacho’ Mendoza por aquel álbum ‘¡Silencio!’, y de paso al autor Pibe Escalona. Ya los homenajes deben hacerse en vida, falta que Santander tenga tiempo para recibirlo. Para este tema elemental puede asesorarse de “Cayita” Daza, las más silenciosas de las vallenatas en el último siglo.

Como para este singular tema no se necesitan grandes presupuestos, solo una pisca de intención en la aplicación del código de Convivencia ciudadana, ordena sobre los decibeles o la cantidad de ruido que cada sector de la ciudad debe tener, porque,  como otros males ciudadanos (mototaxismo, entierros con música ranchera y reguetón, megabolis) y otras raras cosas que la ciudad adoptó sin más reclamos, ahora con vendedores de frutas y demás comestibles,  oferta de toda clase, adquirieron con pagos semanales, unos megáfonos utilizados durante el día, y gran parte de la noche  con alto volumen, sin permitir escuchar cosas distintas que sus anuncios.     Los estudiantes y maestros que están en sus  casas, cada diez minutos deben interrumpir sus clases porque las ventas de piña ‘boromieeeeeeeeel’,  ‘guanabanaaaaaaaa’, ‘guineoooooo verdeeeeeeee’, jarabe de ‘concreeeeeeetoooooo’, ‘yuuuuuuuuuucaaaaa harinosaaaaaa’ y ‘limóoooooooón’ siete ‘chorrooooos’, acabaron la escasa tranquilidad que reinaba.

Y claro,  estas personas pueden trabajar, tienen familias y son necesarios para  evitar aglomeraciones, pero igual deben tener respeto, autocontrol a los volúmenes de sus aparatos. No hay autoridad que valga, mejor dicho, que escuche. Ayer se celebró el día de la Concienciación sobre el ruido, aquí nada se dijo al respeto, ellos impidieron  escuchar.  Si el caso correspondiera a la Gobernación, seguramente el secretario de Gobierno, con el más nuevo y moderno megáfono del mercado, les pediría silencio a estos actores del ruido. Es fácil imaginarlo: “Señores vendedores, por la gracia de Dios y en nombre del señor gobernador Luis Alberto Monsalvo Gnecco pedimos hacer silencio”. Y bla, bla, bla. Pero lástima, es un tema de Alcaldía.

Con alguien que nos devuelva el silencio en la ciudad se ganaría el premio a la educación, cultura ciudadana, derecho al sueño, al descanso, incluso al obligatorio encierro. En poco tiempo esta ciudad será de sordos, ahora cuando hemos perdido la gracia de escuchar, con lo pocos buenos que vale la pena. Tan fácil recordar a quien corresponda, que al menos le devolvió el silencio a la ciudad; es grande, inolvidable, pero dudo que esto tenga porcentajes financieros y contratos burocráticos. Nos queda a la dama Nidia Galvis, quien puede asesorar a su sobrino en tan necesario y urgente acto protocolario. En sus manos estamos. Y sigámonos cuidando, si el ruido lo permite.

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