MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Decía Eduardo Caballero Calderón que los temas se repetían porque las situaciones se mantenían inalterables. Esto viene a que día tras día se desnudan las fallas de nuestro tránsito vehicular. Y no es cuestión de ampliar las calles sino de humanizarlas, construyendo andenes y ciclorrutas. Vías como la carrera 11 desde la calle 17 hacia el sur son muy amplias pero no cuentan con andenes.
Comparto con Alberto Herazo su sueño de hacer peatonal la Calle del Cesar. El caos que se advierte allí y en otros sitios procede del exceso de medios de transporte de personas o cosas, de la mala utilización de las rutas y lo más importante, de la falta de educación de los conductores y de los transeúntes. El crecimiento del parque automotor ha sido monstruoso por falta de control. Todo aquel que se gana una lotería, obtiene una liquidación definitiva de prestaciones sociales o se pensiona, corre a comprar un taxi o una o varias motocicletas.
El segundo problema es la subutilización de las vías. Podría obviarse desviando el tráfico, particularmente en las horas pico como se hace en las grandes urbes, y no instalando nuevos semáforos, sino volviendo coherentes los actuales mediante la llamada ola verde.
En tercer lugar encontramos la falta de educación de conductores y peatones. Cuando Valledupar era un villorrio y los automotores se contaban con los dedos de las manos, el peatón era el rey de la calle. Caminaba centro a centro y los carros le cedían el paso. No se requerían andenes. Hoy es distinto: tenemos andenes, aunque angostos u ocupados por vendedores, y los reyes son los vehículos. Las campañas educativas a través de mimos, si buenas, deben ser permanentes. Y no sólo para instruir a los choferes sino especialmente a los andantes, que en gran masa desconocen el sentido de las vías y no saben interpretar la señalización para peatones que tiene los semáforos.
La educación a los conductores comienza por enseñarles a usar los parqueaderos. Se sorprenderían de lo barato que es el servicio en comparación con Bogotá en donde se cobran tarifas altas y variables según el sector.
Atención especial merecen los taxistas: siguen creyendo que pitar acelera el tráfico cuando lo que hacen es precipitar una maniobra errática del conductor que les precede y generar irritabilidad. Si van con pasajeros se creen corredores de Fórmula 1; sin ocupantes, parecieran en procesión de Jueves Santo.
Finalmente, ciclistas y motociclistas apuran el caos. Para los primeros no existe la contravía; los segundos, siguen ignorando que conducen un vehículo y que como tal deben acatar las normas de tránsito, como por ejemplo no adelantar por la derecha o situarse detrás de los coches cuando el semáforo esté en rojo.
En resumen, el mayor problema es cultural. Y nuestra cultura está atada a la contravención. Pero no hay que cejar en el empeño de darle a nuestras calles un uso racional.
P.S. Uno a uno nos van dejando los personajes que nos marcaron. El turno fue para el uruguayo Hebert Castro, “El coloso del humorismo”, que con sus variadas voces y fino humor nos hizo reír a mandíbula batiente, cuando la radio era la radio. Paz en su tumba.