Por allá para 1975, cuando Jorge Oñate y Colacho Mendoza me popularizan el canto ‘Noche sin lucero’, título puesto por Jimmy Pérez, llegó un cachaco, creo yo, a mi casa. Una de mis hermanas me dijo: “Rosendo, ahí te busca un hombre que parece loco, uno se impresiona”. Pero salí a ver. Era un hombre de baja estatura y pelo extremadamente liso, con unas gafas en el bolsillo y otras puestas, su chaqueta blanca estaba bastante usada, bolsillos al pecho y bolsillos a la altura de los bolsillos del pantalón, llenos de papel, lapiceros y lápiz, un maletín de cuero repleto de papeles y libros, llevaba bajo su brazo una revista española, el periódico El Espectador y El Tiempo, humedecidos por sudor. Era un ratón de biblioteca en carne y hueso.
– A la orden señor. – ¿Usted es Rosendo Romero?- Sí, señor ¿En qué le puedo servir? ¿Usted es el autor de Noche sin luceros? Sí, soy yo. – Creí que eras más viejo, pero qué bueno que seas joven, lo felicito es usted un auténtico poeta. De ahí en adelante el hombre, en medio de una fluida conversación, prácticamente me sacó las tripas, cuando ya agotó su artillería le pregunté y usted ¿A qué se dedica? – Soy investigador cultural, dijo el ratón. (No recuerdo su nombre)
Me han hablado de Emiliano Zuleta y de su padre Escolástico Romero y de un señor en San Juan: Yim Daza, conozco a un paisano suyo muy brillante, Esteban Bendeck Olivella. Vengo de Urumita. – Y hablé con una anciana que tiene casi 100 años y le pregunté ¿Por qué ese pueblo se llama Urumita? Y me dijo: Bueno mi taita murió de 95 años y él me contó lo que le contaba su papá; mi abuelo era indio y hablaba mucho de lo que decían sus viejos, por aquí nadie sabía qué era una escuela, uno aprendía de lo que le decían sus papás.
Esto no era un pueblo; era la ranchería del cacique Uruma, aquí vivía con su familia y su servidumbre, era rico, tenía muchas cabras, chivos, siembras y había mucho morrocoy silvestre. Él dejó que sus trabajadores hicieran sus ranchos, su hija era una gran bailarina le hacían rueda para verla bailar, tenía nombre pero no lo sé, la gente le decía: Urumita o Mita; cuando el cacique murió la princesa siguió administrando todo, se casó y tuvo muchos hijos, creció la ranchería, la gente cuando venían para acá decía: “Voy pa’ Urumita”. Hasta ahí recuerdo de lo que habló el ratón, pero vale la pena decir que todavía hoy la gente sigue diciendo voy pa’ Urumita.