Tres treinta de la mañana. La lamparita incorporada en el ventilador de mi mesa de noche está encendida, el ventilador también tiene radio incluido pero no funciona. El ventilador era de mi abuela y luego de mi mamá, de quién lo heredé como la mayoría de cosas que tengo; hasta la cama desde donde en mi tabla ahora escribo esto. Escaparates, mesas, sillas, escritorio, vitrina, biblioteca, tocador, taburete, aguamanil, baúles, mecedores, alfombras, taller, carro, relojes, casa; todo me lo han dado, sobre todo mi mamá que era la más pendiente de que tuviera de lo mejor para resolver mis necesidades terrenales; desde que nací.
Tres y cuarenta y cinco de la mañana. Me levanto, abro las persianas de la ventana que da al patio, enciendo un cigarrillo y entra la brisa. Una brisa que evoca lo que sentimos los que debemos vivir sin la dosis de ternura que una madre provee, por despiadada que esta sea aunque no fue mi caso. Una vez, luego de pedirle plata me dijo, pero no a manera de reproche sino feliz de que nuestra relación fuera como era, es decir, siendo yo un cínico que además recibía como recompensa el auspicio de ella y de mi papá, eso fue mientras desayunábamos en el mesón de madera grande que había hecho él para que yo templara lienzos y que luego se convirtió por utilidad y estética en la mesa para tomar el desayuno en el patio de la casona que heredamos de mi abuela; me preguntó: ¿Oye, y tú hasta cuando piensas que voy a estar yo dándote plata? Pues toda la vida- le respondí, con naturalidad. Mejor dicho-agregué- Hasta que alguno de los dos no exista serás mi madre y yo tu hijo- y rematé- hasta que la muerte nos separe, como dicen los curas. Empezamos a reír.
Cuatro de la mañana. La brisa fría del patio succionada y fusionada con el humo del cigarrillo por las aspas del ventilador, trazan espirales traslúcidos sobre la atmósfera tibia de mi cuarto. Apago el cigarrillo e intento dormir pero no hay caso, estamos en el segundo domingo de mayo, mejor conocido por su alias: día de las madres. El año pasado no pude estar con ella porque estaba hospitalizada mientras yo aguantaba en la casa las embestidas de la enfermedad de mi papá, pero ya que él está mejor más tarde voy a ir a llevarle unas florecitas, aunque no pueda abrazarla ni ella verme ni oírme ni disfrutar de las flores. Voy a irme bien temprano, para entrar apenas el panzón que atiende abra las rejas del cementerio, antes de que la aglomeración de gente que va a ver a sus madres muertas haga insoportable incluso una visitica.