Estar en Valledupar es, en muchos aspectos, como vivir en una ciudad atrapada entre el pasado y un futuro incierto. Hace unos días, en compañía de mis padres y un amigo, pasamos tanto tiempo hablando en un restaurante que ya había cerrado hace 40 minutos que los empleados solo esperaban que saliéramos para apagar las luces.
Al montarnos al carro lancé una reflexión que se ha vuelto un lamento común en nuestra ciudad: “La falta que hace poder sentarse a hablar tranquilo en las puertas de su casa en el Valle”.
Pocos días después, asistí al Foro 30/30, organizado por EL PILÓN, un espacio donde el exalcalde Rodolfo Campo Soto recordaba cómo en los años 80 Valledupar era un “municipio pobre, pero un buen vividero”. Aquella imagen de un Valledupar sencillo, con una comunidad donde la gente podía reunirse sin temor, nos recuerda que la paz no siempre está en el crecimiento material o en los edificios, sino en un ordenamiento territorial que tenga como prioridad el bienestar y la seguridad de sus habitantes.
Esa fue la esencia de un Valledupar donde los vecinos conversaban en las puertas de sus casas sin miedo. Hoy, sin embargo, el rápido crecimiento urbano ha complicado esa realidad, generando un entorno en el que el desorden territorial, la expansión sin planificación y la falta de seguridad son temas latentes.
En las últimas décadas, Valledupar ha experimentado un crecimiento significativo, pero ha sido un crecimiento que, en muchos sentidos, ha desbordado su capacidad para planificar y sostener un orden territorial adecuado. Las nuevas urbanizaciones y barrios han surgido sin una estructura que asegure la seguridad y la calidad de vida.
Este crecimiento urbano acelerado, sin un adecuado control, ha resultado en una tasa de pobreza monetaria que alcanza el 49.8%, la segunda más alta del país, y una pobreza extrema del 18%, la tercera más elevada a nivel nacional. Estas cifras no solo reflejan la falta de oportunidades, sino que también impactan la cohesión social y alimentan la percepción de inseguridad en nuestras calles.
En el foro, muchos discursos se centraron en las transformaciones urbanísticas, en cómo la ciudad ha crecido en infraestructura y tecnología. Sin embargo, lo que parece haberse dejado de lado es una visión de planificación territorial que incluya la cohesión social y la seguridad como elementos indispensables. Crecer sin este orden no solo trae desorden, sino que convierte a la ciudad en un espacio cada vez más inhóspito, donde la comunidad no puede relacionarse de la misma manera, y donde las zonas residenciales y comerciales no han sido desarrolladas para asegurar una convivencia tranquila.
La transformación de Valledupar en una ciudad más grande y diversa demanda también una transformación en su estructura urbana y en la manera de ordenar su territorio. No se trata solo de construir nuevas vías o de invertir en desarrollo inmobiliario; se trata de garantizar que cada espacio de la ciudad esté diseñado para la seguridad y el bienestar. Las cifras de desempleo también reflejan la necesidad de un cambio: con una tasa de desempleo del 11.4%, por encima del promedio nacional, y un desempleo juvenil del 20.3%, Valledupar ocupa posiciones alarmantes a nivel nacional. Estas cifras nos recuerdan que el crecimiento sin planeación solo profundiza las desigualdades y obstaculiza el desarrollo integral de sus habitantes.
Hoy, más que nunca, Valledupar necesita políticas de ordenamiento territorial enfocadas en el bienestar de sus habitantes, donde el crecimiento esté alineado con la preservación de un “buen vividero”, tal como lo recordó el exalcalde Campo Soto.
La esencia de una ciudad donde la gente se siente segura en sus espacios cotidianos no debe ser un recuerdo lejano. Valledupar tiene el potencial de ser un modelo de urbanismo sostenible y cohesión social, si se enfoca en un crecimiento que respete las particularidades de su comunidad y apueste por la convivencia y la paz.
Nuestro Valledupar puede volver a ser un lugar donde se pueda sentarse en las puertas de nuestras casas a hablar sin miedo, donde el territorio no sea solo tierra edificable, sino espacios compartidos que fortalezcan el tejido social y la seguridad ciudadana. Necesitamos devolverle a la ciudad esa calidad de vida que va más allá de lo material.
Se trata de construir una Valledupar donde sus habitantes puedan caminar por calles seguras, disfrutar de espacios verdes, acceder a servicios de calidad y sentirse verdaderamente parte de su comunidad. Porque el verdadero progreso no se mide en el número de edificios, sino en el bienestar de las personas.
Y si no actuamos ahora, perderemos para siempre aquello que hizo de esta ciudad un “buen vividero”. Valledupar merece ser más que un espacio de crecimiento desmedido; merece ser el hogar donde cada ciudadano pueda vivir sin miedo y con esperanza, donde cada rincón inspire paz y donde el futuro sea una promesa compartida, no un territorio inalcanzable.
Por Tatiana Barros