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Una riña memorable

Por: José Gregorio Guerrero

Me envió el Doctor Gustavo Hinojosa un hermoso escrito de su autoría, que me gustó tanto que lo publicaré sin su autorización, pero a la colonia patillalera no podía esconderle esta joya.
Para ese 25 de diciembre, los habitantes del pequeño caserío famoso  por sus mujeres bonitas, sus gallos de pelea, sus gentes  buenas y hospitalarias, habían acordado con sus tradicionales amigos del Valle, que la reunión sería en San Juan del Cesar. Los sanjuaneros eran (y siguen siendo) gente extraordinaria.
Dispusieron todo para el gran evento del año: la pelea de dos gallos con el más puro pedigrí español según ellos.  P. degree no era una palabra muy común entre galleros de aquellos tiempos, – ni de ahora tampoco.
Muchos acreditaban sus “pollos” inventándoles familiares en Cuba, México  y hasta en las remotas Filipinas. Cómo podría venir en esa época un gallo de pelea desde esas latitudes?,  Bueno, dicen que la imaginación también es una empresa de transportes.
Físicamente los dos rivales se hallaban en su mejor momento y en cuanto a peso,  casaban perfectamente.  El encuentro se venía tramitando desde dos años antes. Para ambos gallos, las innumerables riñas que sostuvieron durante este período fueron simple entrenamiento, ni siquiera había que lavarlos, en términos galleros.
El paladín sanjuanero pertenecía a un joven periodista que en toda su vida se llevó los más grandes elogios y aprecio por sus cualidades intelectuales, vocación de servicio y caballerosidad,  El nombre del animal en alguna forma llevaba la marca del más fanático lector de los Clásicos Latinos y su oratoria: “Silencio, pueblo”.
El otro gallito, de origen mas bien proletario, se llamaba “El Siglo”; un nombre también bastante extraño para un gallo criollo sin mayor brillo genético. Su dueño, además del consabido maíz amarillo, suplementaba la alimentación con larvas de colmenas silvestres.
Su contraparte, en cambio, recibía raciones diarias de camarones cocidos .Vale la pena comentar que la otra pelea tan esperada, la protagonizarían dos gallos muy afamados: “la Justicia se nos está poniendo lejos” y “Barril de chirrinche”. Los seguían “Pimienta picante” y “Mar de Leva”.
La agitación subía a medida que se acercaba el gran momento y el ron barato estimulaba el entusiasmo.  En voz baja corría  el rumor de que vendrían personas tan peligrosas como los gallos. Y éstas, con sus armas ocultas bajo las chaquetas, de uso corriente entonces; ya iban llenando las gradas de la gallera.  El ojo atento a un posible enemigo.
Se acordó el encuentro de Silencio  y Siglo para el final de la tarde.
En uno de los pesajes rutinarios, el Viejo Víctor Daza –para entonces un apuesto y fornido hombre de campo– divisó a corta distancia a alguien que le hizo sonar todas sus alarmas; un sujeto alto, aindiado, que sólo le recordaba un peligro inminente. Era el hombre con quien se cruzó media provisión de balas un día de la guerra pasada y que gracias a las habilidades de cada uno, no terminó en desastre.
El hombre advirtió el movimiento rápido de su antiguo rival hacia el arma oculta;  pero, con toda tranquilidad, se dirigió hacia él tendiéndole la mano “tranquilo, Víctor, eso fue en la guerra.  Te he observado todo el día y veo que eres un hombre bueno.  Mi nombre es Saúl Zuleta”.  Cojeaba un poco de su pierna derecha.
El sargento Saúl Zuleta!  El mismo que saltó de primero en Peralonso para cubrir al  bravo antioqueño  a quien tras tantos fracasos  la vida le importaba muy poco.  Otros diez compañeros hicieron lo mismo y el hombre logró cruzar el puente que le daría muy merecida fama en boca y pluma de tantos escritores.
La amistad de los dos veteranos, desde ese momento, cordiales amigos, se prolongó hasta la muerte de ambos después de los noventa años de edad,  con reconocidos rangos de Coronel y Teniente.
Mucho hablaron de Uribe Uribe, Durán, Herrera, Foliaco, Palonegro, Lebrija, Cucutilla, hambre, miedo, quinina.
Para tranquilidad del viejo Víctor, Saúl le contó que su cojera venía del día de los tiros, pero que no fue una bala sino una astilla del árbol de brasil detrás del cual se ocultaba.
Llegada la hora del gran desafío, el criador de Siglo entregó el gallo a su hijo  mientras farfullaba:– “¡Te van a callá es yá, pedazo e Pueblo!– adentro, Siglo!”.
De no haber tantos testigos se hubiera podido decir que Silencio Pueblo entró muerto al redondel: Tan pronto se desprendió de las manos del joven vestido de lino y corbata negra, al primer choque, Pueblo cayó (y calló definitivamente) ahogándose en sangre.
Atronaron “los gritos iracundos del vencedor y el vencido” hasta dos horas más tarde cuando a la luz de lámparas de gasolina se soltaron  las otras dos peleas.
Los patillaleros llevaron a Siglo en procesión hasta el pueblo, con música de viento que no paraba de tocar  en son de burla: “Tristezas en el alma “, “Mala Yerba” Y “Adolorido del corazón”…
También hubo abundante maizena y disparos al aire.
La ganancia colectiva, de $1226, iba muy bien vigilada en una caja de cartón y reverenciada como Arca de la Alianza. Tres burros, con dos barriles de ron cada uno,  precedieron la jubilosa marcha.
“La Justicia se nos está poniendo lejos” regresó triunfal a Atánquez.  Mar de Leva volvió a Riohacha  con la promesa de un pronto retiro.
Estos felices hechos fueron charla obligatoria entre los aficionados hasta bien entrado el siglo XX.

Gustavo, espero me disculpe esta y otra. En definitiva, las cosas son solo de uno mientras las tienes como arcano en tu mente.

Feliz fin de semana
goyoguerrero@hotmail.com

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