Razonar sobre lo individual y lo universal de lo existente es lo propio de la filosofía, por tanto nada escapa a esta prerrogativa exclusiva del hombre. Ella abarca su interés por los primeros principios del universo, por la estructura del pensamiento, por la política, por la ética, el arte, la religión, por la historia, por el derecho, por las ciencias particulares en general, por las formas del conocimiento y por la filosofía que se piensa así misma. Es propio del hombre pensante desarrollar su pensamiento y no detenerse en un estanco del mismo.
Procesar el pensamiento es la acción más noble del hombre. Resumo: lo real es lo que podemos pensar y lo pensable es la realidad, y que fuera de ello, no hay más que relatos literarios, con fundamento en algún acontecimiento que puede ser o no ser, algo así parecido a la composición de una novela. Evidentemente, el grueso de nuestro museo intelectual está conformado por una cosmovisión literaria, en la que cabe tanto lo histórico como la ficción, y cuando esta está adobada con alta carga emocional, adquiere la apariencia de verdad.
Este es el caso, por ejemplo, de las mitologías, que en el antiguo pasado histórico fueron creídas a pies juntillas. Habría que explorar si en la modernidad y contemporaneidad, a pesar del desarrollo intelectual universal, subsiste ese comportamiento humano. Si fuere así, la convivencia nos obliga a respetar no sólo la verdad, sino, también la ignorancia. Los nuevos tiempos están llenos de las llamadas “autoayudas”.
Recordando a uno que otro filósofo, y aún me faltan, en mis columnas, he tratado la cuestión de la libertad. Para mí tengo que aquello del libre albedrío, más que algo verdadero es una romántica ficción. Décimos que el hombre es libre, dizque para dignificarlo. Pero en la naturaleza y en el hombre que hace parte de ella, lo que hay es necesidad de que ella y él se realicen, tal como son y que comprendamos esa o esas determinaciones, que no dependen de nuestra deliberación, sino, de los acontecimientos individuales o universales, conscientes o inconsciente, a que se contraen.
Por ejemplo, ¿depende de la voluntad y libertad individual o colectiva de los venezolanos que Nicolás Maduro continúe o no como presidente de aquel país? Para mí no. De quien depende realmente es del momento histórico que está atravesando aquel país, que tiene su propia contradicción, no superada, que el conjunto de los habitantes padece, independientemente de los deseos de libertad, de pocos o de muchos. Esa situación real es lo que determina su cuestión política actual, independientemente de que sea conveniente o no. Otro tanto podría decirse de nuestro país u otros. La libertad no sólo es una cuestión de quien la invoca, sino, también, de quien debe respetarla. Esta es, justamente, la oposición entre los contrarios, que debe ser superada, con el objeto de alcanzar un nuevo momento histórico. No existe la libertad en sí, sino, cuando se conquista.
Por: Rodrigo López Barros.