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Una perdida vocación

Por Oscar Ariza  @Oscararizadaza

El departamento del Cesar nació gracias al impulso de un grupo de personas que lograron que el gobierno nacional volteara la mirada hacia un territorio que tenía valiosos elementos, tanto culturales, como económicos que podían llevar por un sendero de progreso a la región, pero lastimosamente las inmensas posibilidades de surgir quedaban mimetizadas por la indiferencia de los administradores del Magdalena grande, cuyos intereses estaban puestos sólo en su capital Santa Marta.

 

A fuerza de voluntad, acordeón y buenas relaciones, se mostró que Valledupar y los municipios que buscaban integrar el departamento gozaban de estabilidad económica gracias a la bonanza algodonera de las décadas del 60 y 70 que garantizaron el fortalecimiento de una clase media que emergía con impulso, gracias al cultivo del algodón, quizás uno de los elementos que más caracterizó al Cesar, al tiempo que la música vallenata comenzaba a despegar nacionalmente.

 

Como consecuencia de las bonanzas,  gente de todos los lugares de Colombia llegaba a trabajar en los cultivos, convirtiendo a muchos municipios entre ellos Valledupar y Codazzi, en centros urbanos donde las oportunidades que ofrecía el algodón daban para enfermarse la mente con la idea de riqueza.

 

Cuando se hablaba del Cesar, se reconocía primero al algodón como elemento identitario, que a nuestra música. Tanta importancia en el desarrollo económico y social tuvo este cultivo, que en casi todas las poblaciones se montaron plantas desmotadoras para poder dar abasto a la producción agrícola del momento que sobrepasaba las 125.000 hectáreas a finales de la década del 70.

 

La realidad del oro blanco modificó tanto la conducta de nuestros pueblos, que alcanzó a entrar en el territorio del mito, gracias al imaginario popular. En esas grandes plantaciones de algodón,  surgieron relatos, cantos e historias que impulsaban la idea de un territorio rico, cuyas bondades de la naturaleza serían inacabables.

 

 A Codazzi llegaban peregrinaciones buscando nuevas oportunidades, casi hipnotizadas por los relatos que escuchaban en el resto del país, en los que se contaban cómo hombres con fajos de billetes en sus bolsillos y mochilas, derrochaban millones en parrandas, mujeres, en camionetas o en mejores oportunidades para volver a sembrar.

 

Pero algo comenzó a ocurrir después de 20 años de explotación. La caída de los precios y los altos costos de los agroquímicos hizo que la actividad se viniera a pique. En la década de los noventa, quedaban grandes terrenos improductivos como resultado de la sobre explotación de la tierra y enfermedades surgidas por la manipulación desmedida de fungicidas altamente tóxicos para la salud.

 

De esas más de 125.000 hectáreas que se sembraron en 1978, en el 2002 se registraron algo más de 1800, y aunque en el 2011 la siembra de algodón mostró un ligero incremento que hizo pensar en su reactivación, las cifras que arrojó el 2012 siguen preocupando a pesar de superar a las del 2002.

 

Lo cierto es que las 4 mil 200 hectáreas sembradas durante el 2012, no pudieron garantizar el funcionamiento de la última planta desmotadora de Codazzi, ocasionando el despido de más de 200 personas que dependían de la actividad.

 

La siembra del algodón es una actividad casi extinta en el Cesar,  que ha llevado a que la gente pierda parte de su vocación agrícola y mire con nostalgia esos tiempos de bonanza blanca, sin que nadie pueda apostarle a un resurgir, pues la bonanza negra, la que ha nacido del imaginario popular a partir del carbón, acapara toda la atención de la gente, sin que por ello se pueda garantizar un mejor futuro socioeconómico y cultural para el Cesar.

 

 

 


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