Cuando Federico* se desmovilizó de un grupo armado ilegal, decidió continuar con una vida normal al lado de sus seres queridos. Se encargó de recuperar a su familia y trabajar como ‘bultero’ en el mercado de un municipio del sur del Cesar. No dejó de lado su gran pasión por el comercio y su manera de obtener recursos de forma independiente.
Nunca le ha gustado ser empleado, aunque le ha tocado. Ser un ciudadano común, con derechos y deberes, lo impulsó a iniciar la ruta de la reintegración el 09 de marzo de 2006 con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN). Desde ese momento volvió a creer que podía convertir sus sueños realidad: ser una persona que le aporte de manera positiva a la sociedad, tener a su familia bien y consolidar su propia empresa.
El relato de Federico no deja de ser interesante y admirable como su historia. El hoy excombatiente tiene la virtud de consolidar una de las empresas de plásticos con mayor proyección en el sur del Cesar, próxima a cumplir cinco años de creación, gracias al beneficio de inserción económica que los excombatientes obtienen como parte de su proceso a la vida civil
Este emprendimiento se ha fortalecido por el empeño y la constancia que su creador y su esposa le imprimen día a día, y aunque no todo ha tenido un agradable aroma, sí han aprendido a sacarle el gusto y el dulce a cada tropiezo y fracaso.
Federico es ejemplo de superación junto a su compañera y coequipera en una de las aventuras más hermosas de sus vidas: la primera, convertirse en padres; y la segunda, y no menos importante, la de consolidar una empresa, a pesar de las tormentas que un día desbarataron sueños y esperanzas.
Pero como todo pasa, esta familia hoy cuenta su historia como ejemplo de batallas ganadas, que sirven de inspiración para otras personas que están a tiempo de enderezar su camino y convertir sus sueños realidad. Hoy, son dueños de una empresa de plásticos que cada día crece y se consolida en un municipio cesarense, en donde cada día al asomarse el sol brilla la esperanza para una familia que evoca la frase: una oportunidad lo cambia todo.
Inicia un emprendimiento
“De manera independiente, puse una sala de video juegos. No me fue mal, invertí siete millones y el día que la vendí, la vendí en dos millones de pesos. Comí de ahí todo ese tiempo, pero no fue un negocio productivo.
Perdí un dinero que tanto me había costado conseguir después de la desmovilización. Más adelante, conseguí un préstamo para iniciar otro negocio, así que decidí irme para Cúcuta, viajaba todas las semanas y traía bolsas con plásticos, pero vendía muy poquito porque no me alcanzaba la plata para más. Empecé a ver proyección en ese negocio (venta de plásticos), aunque necesitaba más recursos para emprender, así que le pedí al señor con quien trabajaba en el mercado que me aumentara así fuera 20 mil pesos porque cargando un camión me ganaba 100. Era muy poco para mantener a mi familia, pero no quiso, entonces no seguí en ese empleo y como mandado de Dios me llegó la ayuda de la ARN, el apoyo para iniciar mi proyecto productivo que hoy lo puedo catalogar con una gran bendición”, contó el excombatiente.
De esta manera arranca la consolidación de un sueño para Federico, quien contó que no fue nada fácil materializar su anhelo, aunque el beneficio de inserción económica le llegó justo a tiempo y en una época de buenas ventas. Eso sí, fue duro, él compraba los plásticos en Cúcuta y para que le saliera más económico se iba en camiones que transportaban ganado hacia esa zona del país.
De allá hasta el sur del Cesar la travesía no era menor. Viajaba en mulas cargadas de carbón. “Llegaba negro, mi mujer casi ni me reconocía del carbón que yo mamaba en esas mulas. Gracias a Dios la gente que me conoció ‘bulteando’ en el marcado me compraba y fui teniendo mis clientes. Vendía varias referencias de 2 kilos, 3 kilos, 10 y 25 en ese entonces. Yo podía hacer hasta tres viajes a la semana. Definitivamente, cuando uno quiere hacer las cosas bien, bien le va”, expresó Federico.
Reminiscencia
Su rostro se llena de lágrimas cuando habla del pasado. En la sala de su casa, organizada y sencilla, Federico cuenta su historia de luchas y superación. Frente a una de las profesionales reintegradoras de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN) y de la comunicadora de la entidad en el departamento del Cesar, se seca el rostro, toma aire y e inicia un relato propio de valientes.
“Un día mi padre me dijo: no lo puedo seguir manteniendo, váyase de la casa y trabaje. Y así lo hice. Iba a cumplir doce años cuando dejé mis estudios y me fui para donde un primo, quien me enseñó a trabajar en el campo. Me ganaba 2.500 pesos diarios como jornalero. No le tuve miedo a nada, entendí la mala situación por la que estábamos pasando como familia, por eso trabajaba duro para llevarle dinero a mis hermanos y padres. Mi papá, muy severo y estricto; mi madre, más flexible y amorosa. Enfrentarme a circunstancias difíciles me hizo fuerte, y sí, a la fuerza, pero qué más hacía si mis hermanos estaban pequeños y mi padre no podía con todo”, narró Federico, excombatiente de un grupo armado ilegal.
Esta historia es parecida a la de muchas personas que a corta edad vieron cómo se esfumaron sus sueños, niñez, alegrías y juventud. Federico, dejó de ser niño, cambió un balón de fútbol por una guadañadora y las aulas de clases, por cultivos de frijol y tomate.
Este muchacho multiplicó su carga laboral para poder ayudar a su familia, que estaba compuesta por cinco hermanos menores y sus padres, todos de El Carmen, Norte de Santander, en donde el cielo, a ratos, parece estar en llamas, iluminado por vivos colores anaranjados y rojizos que dan como resultado atardeceres de arreboles, esos que reposan en la memoria de Federico porque precisamente allí conoció el amargo sabor de la pobreza.
Su padre, no sólo le pidió que trabajara, además hizo que cargara con toda la responsabilidad del hogar. Cuando el excombatiente cumplió 18 años, su progenitor los dejó para irse con otra mujer, situación que lo obligó a regresar de manera permanente a la casa y convertirse en el padre de sus hermanos.
Así lo cuenta: “yo terminé de criar a mis hermanos, por eso cuando me eché esa obligación a mí no me quedó grande. Desde niño pagaba el arriendo y aportaba para la comida, sin embargo, no le guardo rencor a mi papá, lo quiero. Criar a mis hermanos me ayudó mucho porque aprendí a ahorrar y gracias a eso he surgido porque me gusta el trabajo. Vendí boletas, frutas, churro y fui jornalero. Lo único que no he hecho es robar, pero me le he medido a lo que sea”.
Cambio de vida
Las circunstancias no fueron nada fáciles para esta familia. Las carencias y las pocas oportunidades los hizo probar suerte en Curumaní, Cesar. Su padre, antes de dejar el hogar, los convenció de cambiar de residencia y emprender una nueva vida en tierra cesarense. Fue en Curumaní en donde Federico conoció personas que le propusieron hacer parte de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia.
Decisión que aceptó porque no sólo tenía que responder por un hogar, sino por dos. Un tiempo antes de llegar al Cesar, conoció a la madre de su hija mayor que para esa época tenía tres meses de nacida.
“No me alcanzaban los ingresos para darle de comer a mis hermanos y a mi hija, por eso ingresé a las AUC, allí fui radio operador, informaba los movimientos del ejército, pero desde el primer día que llegué al campamento me arrepentí y ni como echarme para atrás. Cometí un error que duró dos años. Ocasionalmente visitaba a mi familia, cuando estaba de permiso, pero fue duro para toda todos, nadie estuvo de acuerdo con mi decisión. Fue triste estar alejado de mi hija, perderme sus avances, y sobretodo que no me reconociera como su padre”, relató el exintegrante del GAI quien se unió a la desmovilización colectiva de las Auc. Ese día para él fue como volver a nacer.