BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
A raíz de algunas columnas periodísticas en diarios locales, regionales y nacionales, de textos publicados en Facebook y Twitter entre otros, en los que se crítica a gobernantes y personajes famosos, con argumentos cargados de odios y como tal de insultos, pugnas regionalistas, discriminaciones raciales, sexuales y ridiculizaciones físicas que aparentan ser caricaturescas, pretendo concretar una serie de reflexiones sobre el oficio de escribir, como una actividad envuelta en un proceso estricto y responsable, a través del cual el escritor se pone en contacto con su necesidad de construir un mundo más tolerante y democrático, sin tensiones ni pasiones viscerales.
El acto de escritura es una experiencia marcadora para quien se enfrenta por primera vez al reto de luchar y reconstruir el lenguaje desde argumentos sólidos que orienten a los lectores hacia la construcción de un flujo de conciencia en el que la actividad periodística sea un instrumento de análisis y no una herramienta de violencia.
Valioso es el periodismo de opinión porque puede ir más allá de lo que otros no se atreven a decir, en este contexto en el que muchos aún temen dejar fluir su capacidad de análisis sin perder el equilibrio.
Son las palabras, la metáfora de vida más concreta y certera, en la medida en que ayudan a asumir una postura frente a cómo debemos y podemos percibir el mundo. La escritura funda, construye, seduce, destruye, salva o condena, según el uso que cada escritor encuentre; de ahí la enorme responsabilidad en el equilibrio de la orientación a los lectores para no estimular fundamentalismos.
La palabra es un arma poderosa de la que se sirven todas las culturas para ratificar su derecho a expresarse. Si embargo, hay quienes abusan de su condición de periodistas, valiéndose de la facilidad con que logran expresarse con mayor fuerza a través de un periódico o radio.
No basta con ser atrevido para poder decir nuestro pensamiento, pues la rebeldía debe ir acompañada de argumentos sólidos que sean capaces de generar sensación de respeto y no de prepotencia y sectarismos en los que desde la más absoluta mala intención, se emiten conceptos que terminan siendo discriminatorios y absurdos en una época en la que todos los ciudadanos de la gran aldea luchamos por ser escuchados y respetados desde la diferencia.
Tener poder en prensa, no significa tener la verdad, ni la etiqueta del pontífice para predecir hechos o pronosticar fracasos o triunfos infundados en apasionamientos. La labor del periodista o de quien escribe es la de informar con veracidad, desde una tendencia objetiva en la que sus juicios no estén impregnados de odio, pues con esto podríamos servir de mal ejemplo a aquellos que inician su camino en la escritura como liberación ante la crisis humana que vivimos.
Hacer un análisis periodístico no involucra descalificar desde el morbo las acciones de los otros. El periodista o quien escriba debe tener entereza y formación para hacer juicios liberados de cualquier intención de atentar contra la dignidad humana.
Desde este ejercicio de escribir, descubrí que las letras en cualquier contexto en las que se articulen para generar sentido, deben constituirse en un instrumento responsable, de sumo respeto por el mundo y por la condición humana.
En este espacio, he mostrado claramente mi tendencia ideológica y política. Para ello, nada me obliga a destruir desde el insulto a aquellos que distan de mi pensamiento, como tampoco podría hacer otra cosa que no sea analizar y opinar sobre nuestra situación política, social, económica o cultural; lo que implica que esté convencido de la responsabilidad que enfrento en la construcción de una sociedad mejor, sin estigmas, persecuciones, odios, ni apasionamientos, sin la palabra al servicio de la violencia escritural.
El principio de la diferencia es fundamental para el ejercicio de la libre expresión, siempre y cuando esas discrepancias tengan la intención de generar una polémica sana, pero sobre todo de emitir una opinión crítica que ubique al lector en una percepción clara que le permita asumir una postura libre de parcialidad, que contribuya con la formación de una sociedad más tolerante desde la diferencia, porque escribir entraña un gran compromiso ético con la sociedad.
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