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Una nobel y un condenado

Con la frase de “las enfermedades psíquicas también deben ser respetadas como cualquier otra enfermedad”, Elfriede Jelinek anunció que no recibiría el nobel de literatura que le fuera otorgado en el 2004. No iría a Estocolmo a recoger el premio, pues su enfermedad psíquica la mantenía alejada de las multitudes que le resultaban insoportables de manera definitiva. Tan solo se trataba de eso, parece simple a la vista de todos. Basta con respirar hondo y caminar espigada, diría una mamá de Envigado. Pero no, la fobia social, que es lo que padece la autora, es un trastorno mental tipificado y si no se atiende puede ser tan devastador como un cáncer de páncreas.

Muchos eventos hicieron en su honor. A ninguno asistió. Dijo ver las fotos y los videos. El más esplendoroso fue el del Burgtheater de Viena, donde se ofreció un espectáculo variopinto llamado Fiesta para Jelinek. Al cierre pasaron un minuto de un video en el que ella aparecía sin decir nada. Y todos hicieron silencio. Muchos dijeron que les pareció asistir a unas honras fúnebres. Fue imposible conseguir su presencia en ningún acto. Su presencia en el mundo ha sido a través de las letras, con las cuales ha denunciado los clichés de la sociedad y el control ejercido por la misma mediante el poder que subyuga. Se dice que nunca ha revelado los secretos de su infancia, pero al parecer estuvo marcada por una relación severa con su madre y un padre que terminó en el manicomio por trastornos mentales. De esa relación severa con la madre dará cuenta, sin que sea autobiográfica, en La Pianista. Respiré hondo para leer a Jelinek. Luego de La Pianista, vino El Deseo, y respiré más hondo. Sin rodeos dedicó su literatura, sobre todo en este par de obras, a evidenciar la violencia sexual y la hipocresía de la sociedad frente a la misma. Todo el cuadro de la autora en el terreno personal y toda su literatura reivindica al arte como salvador. Lo será siempre.

Pero no todos tienen esa suerte. No todos son conscientes de sus trastornos mentales, ni las familias a su alrededor los reconocen y responden, más bien, a esa hipocresía social. Y el arte no puede salvarlos a todos. Si ahora hablo de esto, es porque esta semana condenaron en segunda instancia a Rafael Uribe Noguera y aumentaron su pena a 58 años de prisión. En diciembre del año pasado, cuando la Fiscalía entró a la habitación de la Clínica Navarra, donde su hermano Francisco lo había ingresado por exceso de alcohol y cocaína, a notificarle su detención, Rafael se cogió la cabeza y dijo: “la embarré terrible, la embarré”. Había secuestrado a Yuliana, abusado sexualmente de ella y la había matado. Para él la había embarrado, dicho casi como cuando a uno se le riega el vino en el mantel de encaje de Bruselas de la suegra. Cuando vi eso recordé la frase de la nobel austriaca. Contó Rafael con la hipocresía de sus hermanos, quienes, al parecer, fueron cómplices por alterar la escena del crimen y por eso se les iniciará juicio el próximo 14 de diciembre. Parece que fueron a echarle sal al mantel.

Siento que debo pedir disculpas por escribir en una misma página sobre Elfriede Jelinek y Rafael Uribe Noguera. No parece políticamente correcto, pero Rafael bien puede pertenecer al grupo de amigos de Michel, verdugos sexuales de Gerti, en El Deseo. Jelinek es una denunciante de lo que Uribe acomete. Y, sin embargo, pese a la distancia de su condición humana y a la diferencia de los trastornos, se encuentran justamente en un lugar: el de la enfermedad psíquica, del que la una es consciente y del que el otro es completamente inconsciente. Hay mucho horror en Uribe Noguera, pero detrás y más allá del horror está la herida, irreconocible por él, determinante de sus actos a lo largo de toda su vida, determinante del crimen de la pequeña Yuliana, determinante de su encierro por 58 años y de un dolor tal vez incurable. Ojalá lo atiendan en la cárcel en una terapia profunda sobre su psiquis, ojalá al menos pueda algún día descubrirse a sí mismo y aliviar un poco su sufrimiento. Ojalá el ejemplo no solo sirva para la pena máxima por un crimen de esta índole, sino para saber que las enfermedades psíquicas deben respetarse y tratarse apenas asomen.

Por María Angélica Pumarejo

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