Llegué tan rápido como pude, mi paso eran tan veloz como si quisiera escapar de los potentes rayos de sol de estos tiempos de cambio climático; la edificación es imponente y debe serlo para albergar a quienes tienen la gran misión de juzgar a los hombres, todo estaba en su lugar como es de costumbre, abogados corriendo con documentos en mano, madres y niños en espera del vehículo del INPEC transportando algún familiar para ser presentado ante un Juez y sólo consolarse con una mirada bañada por lágrimas de amor. Allí está José en su oficio de darle brillo a los zapatos de su habitual clientela con quienes sostiene una breve conversación, lo escucho hablar de su nostálgico Palenque y sus visitas a las playas de Cartagena a disfrutar de sus merecidas vacaciones.
Al subir por los escalones veo una larga fila de personas esperando ingresar, previamente deben presentar su documento para quedar registrados en el sistema de vigilancia y así tener acceso al palacio de justicia, algunos dicen que es para mayor seguridad de todos, es definitivamente irritante, aunque debo reconocer la amabilidad del portero quien recibe a los visitantes con una tarjeta y un saludo muy cordial.
Camino hacia la derecha al centro de servicios de los juzgados penales, muchas caras conocidas, ya cuento con muchos años viéndolos y conversando con ellos, recibiendo citaciones para asistir a audiencias. Me detengo en ese largo ventanal que separan a funcionarios de la rama y usuarios; ¡buenas tardes! el saludo con el que quería indicar que solicitaba los servicios en esa oficina, no obtuve respuesta, este comportamiento se volvió tan frecuente en los despachos judiciales que parece ser una condición natural de ellos. Repito el saludo y después de un lenguaje mudo entre los que allí estaban alguien se dispone atenderme, se acerca como si sus piernas se rehusaran a obedecerle, mastica una goma (chiclets) y a la vez me pregunta ¿Qué desea? como si realmente deseara algo de él y no el cumplimiento de sus deberes como funcionario preparado para atender a quien requiera de sus servicios, su llamativa camiseta no me permitía tomarlo en serio por la “S” de Superman debe ser que igual al personaje de comic se siente luchando por la justicia.
Al poco rato tomo el ascensor y me dirijo al piso quinto de los juzgados civiles, la rutinaria tarea de revisar Estados no deja de ser aburridora pero obligatoria, mientras observo si allí aparece alguno de mis procesos, mi concentración se debilita al escuchar a los empleados del juzgado discutir con vehemencia la calidad del CD de Peter Manjarrés y sus clásicos, por otro lado una secretaria le comenta a otra sus desventuras amorosas; en fin ningún tema de relevancia jurídica sale del recinto, y del otro lado la misma escena que viví en el segundo piso, gente arrimada esperando una atención digna; como si fuera poco no podía faltar ese corroncho saludo ¿Que más mani?, una expresión que se volvió tan común pero a la que no me acostumbró y no la adoptaré, levanto la cabeza y veo que el saludo lo expresa un juez a su secretario, podría esperar ese saludo de cualquier persona, pero considero extraño escucharlo de abogados en los emblemáticos aposentos donde profieren las decisiones encargadas de restablecer el orden ante los conflictos de los seres humanos.
Muchos se elevan tanto por el cargo que desempeñan que creen que la inteligencia y la honorabilidad de una persona se transfiere de la silla en la que se sientan a la cabeza, y miran con desdén a quienes los rodean; como lo manifestó Franz Kafka en su enigmática obra ‘El proceso’ haciendo referencia al comportamiento de los jueces “… estos caballeros son vanidosos”. “Todos los jueces quieren, ser pintados como han sido pintados los antiguos grandes jueces”, pero todos los funcionarios antes de formarse jurídicamente deben educarse para tratar a los demás con el respeto que merecen.