¡Libertad, libertad, libertad! Un grito unísono salido de millones de gargantas venezolanas, que hoy traspasa las fronteras de un país que anhela y reclama uno de los derechos más fundamentales y sagrados del hombre, recordado hace unos pocos días, con el arte que caracteriza a los parisinos, en la inauguración de los Juegos Olímpicos. Un grito que ha contagiado y que empieza a escucharse en diferentes países del mundo solidarizándose con su hermano.
Hoy, me visto con los mismos colores de una bandera, unido en la hermandad que un día soñó un Libertador, colores que significan la riqueza y la fertilidad de nuestras tierras, la inmensidad de un Mar Caribe compartido y la sangre de valientes que con tristeza aún se derraman en nuestros pueblos.
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Creo, que hoy cada uno de nosotros tiene una nueva conciencia, más vehemente, independiente a que seamos venezolanos o no, de lo indispensable y sacra que es la libertad. Como bien lo dice Zweig, que esto nos ocurre, curiosamente, con todos los grandes valores sagrados de la vida: los olvidamos mientras los tenemos asegurados. Cuando no hay de qué preocuparse ni siquiera les prestamos atención, reparamos en ellos muy pocas veces, como poco conscientes somos de las estrellas a plena luz del día; siempre tiene que oscurecer primero para que reconozcamos la magnificencia de esos astros eternos que tenemos encima.
E igualmente comparto lo que escribe cuando dice que tuvo que cernirse sobre nuestro pueblo hermano una hora oscura, tal vez la más oscura de toda su historia para que se reconozca que la libertad del alma es tan indisoluble de ella como la respiración lo es de nuestro cuerpo. Pareciera que la humanidad en tierras venezolanas se negara a reconocer lo esencial que es la libertad para el alma de los seres humanos que la habitan.
Con lo que acaba de suceder en Venezuela hemos podido apreciar que nunca han odiado tantas personas la tiranía y la presión de manera tan unánime como ahora. Pero también nunca tantas personas habían ansiado un mensaje de redención ahora que se sienten amordazados.
Hoy, escribo estas palabras al otro lado de una línea imaginaria que divide la tierra como cicatrices más que fronteras, palabras que utilizo para mantener imperturbable la creencia en el poder moral, la confianza en lo invencible del espíritu, a pesar de todo y de todos, en mitad de un pueblo venezolano aturdido y medio asolado.
Hoy, escribo estas palabras quizá inmerso en una lágrima vertida por un exiliado que añora regresar a su tierra natal, o en la de un niño que sin saber todavía con certeza qué es lo que sucede, iluso sueña con dormir tranquilo al menos en un rincón de un espacio al que pueda llamar hogar; en donde se debe recordar que todo instante que pasa, incluso este de ahora mientras lees, se convierte inmediatamente en pasado, por lo tanto, no existe un presente que no sea historia al momento y por ello amigos míos, debemos igualmente recordar que solo somos actores de una gran obra llena de sentido aunque creamos que no lo tiene, a pesar que está sucediendo.
En los últimos años el régimen de gobierno en Venezuela no ha hecho otra cosa que polarizar al país, dividirlo irónicamente cuando pregona igualdad, mostrando una hipócrita pasión por la misma, olvidando quizá lo que dice John Stuart Mill, que la pasión por la igualdad es un atributo de aquellos que son los más rencorosos y odiadores y que deberían ser llamados odiadores de la superioridad, más que amantes de la igualdad.
Un sistema que está en contra de un derecho de soberanía ciudadana pues sus banderas enarbolan ideologías que rayan en comunistas y que pretenden sustraerlo a aquellos que declaran como enemigos sociales, sean los burgueses, los empresarios, los ricos o los poderosos. Pero, la realidad es otra, las consecuencias la sufre el pueblo, los exiliados son en la gran mayoría los pobres, los niños, las mujeres viudas que embalan su tristeza en una bolsa arrastrándola a su lado, compañera en su desgracia, con la ilusión de ver el sol en otro lado, antes de sucumbir por completo en el eclipse que se ha instalado de manera permanente en el cielo de su país, gobernado por funcionarios graduados en las escuelas de la intriga, el rencor y el oportunismo; sumisos a un sistema vengativo, obedientes a consignas cargadas de odio más que de cambios, ¡ah! Y eso sí, expertos en demagogia.
Comparto las opiniones de aquellos que tildan al gobierno venezolano como autoritario y no dictatorial, aunado con la tiranocracia y muy alejado de la eticocracia, desconociendo las libertades imploradas. No pretendo tirármela de politólogo y mucho menos especialista en geopolítica, pero he sido tocado por lo que está sucediendo y es difícil no sentirse aludido ante el ruido que causa las cacerolas en el país vecino que intentan ensordecer en vano las ráfagas de disparos de los colectivos; tampoco pretendo integrar ese grupo de personas que no miran más allá de sus narices y que lo que expresan es aprovechando la coyuntura en beneficio de sus intereses económicos y políticos, también odiadores profesionales desde el otro lado. No queridos amigos, mi ánimo de expresarme en palabras es porque creo que pertenezco a una clase que se siente parte de un tejido social que une pueblos más allá de las fronteras y más allá de esos intereses abyectos mencionados.
Jamás me ha molestado ver a alguien ante un semáforo rebuscándose para sobrevivir junto a su familia, me conmueve más que molestarme ; y sé que hoy están lleno de muchos venezolanos más que colombianos, extranjeros exiliados que partieron buscando mejores oportunidades, hermanos de bandera que oran cada noche y susurran en los días suplicando por ellos y sus hijos, sintiendo muchas veces que sus súplicas se van al aire indiferente, pero el alma no deja de esforzarse por atisbar entre la oscuridad oscura y también diurna la imagen de quienes están lejos, de quienes dejaron y le son tan preciados, añorando algún día nuevamente abrazarse entre lágrimas de alegría.
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Sé que a partir del desconcierto de estos días se deberá construir un nuevo orden y cuya principal preocupación habrá de ser asimilarlo con firmeza y voluntad. Sé igualmente que se alzarán las sombras de los caídos y un aliento gélido sorberá la calidez de las palabras, pero todos deberemos, como bien se dice, reaprender entre el ayer y el mañana mediante este hoy tan difícil de obviar y cuya autoridad solo se percibe en el terror.
Como dice mi escritor aludido, solo quienes regresan a casa y quienes se quedan atrás ven la vida con más alegría que quienes pertenecen al pasado y sé, amigos míos, que pronto regresará la calma con el sueño gratificante y allá arriba volverán a verse las estrellas relajadas sobre un pueblo que algún día desde abajo imploraba ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad para ti, Venezuela!
Por Jairo Mejía