¿Qué pensaría Miguel de Cervantes, o para ser más puntual, su hidalgo Don Quijote de la Mancha, sobre la idiosincrasia de esta generación?
Aunque ficticio el personaje, se conserva la esencia del tema cuestionado: el abrazar sentimientos que no tienen cabida en su generación. Como el Quijote viven cientos -fracciones- que mantienen el pensar de aquel romanticismo clásico, ese romanticismo que guía al hombre a darlo todo por una causa noble, una causa justa.
Bien es sabido que el mencionado Hidalgo buscaba morir por caballerosidad, palabra cuestionada hoy en día por aquellos que quieren acabarla, y tergiversada por aquellos que consideran que abrirle la puerta a una dama es más que suficiente. El ser caballeresco es más que eso, el ser caballeresco es amar a una persona por encima de todo.
Amar de una forma tan distinta, pero a la vez tan poderosa como amar a un padre o a un hijo. Distinta ya que estos surgen en el corazón de esa calidad por defecto. Si bien no se está obligado a amar a la familia, en la mayoría de los casos te amaron a ti antes de que tuvieras memoria y sembraron esa cepa que riegan poco a poco. Poderosa porque el amar profundamente es una decisión, ese amor no simplemente aparece por obra del destino, es un amor que se escoge y se trabaja cuando corazón y mente están conectados instruyendo lo que consideran correcto.
Es el amar que se ha perdido. Se ha perdido porque se nos enseña desde infancia que lo que el ser más debe valorar es a sí mismo. Y es cierto que el amor propio es importante y poderoso, pero carece de nobleza alguna al pensar en la muerte -que no, pensar en la muerte no te hace inestable, te hace consciente-. No es noble morir por uno mismo puesto que contradice su propia razón, morir por uno mismo es no quererse a sí mismo. Si bien vivir por uno mismo tiene en su arte una virtud más grande, es una vida egoísta, una vida que cuenta con sentido natural pero falta de sentido racional, es el flujo de la vida de los animales que mancan de un intelecto superior.
Es entonces cuando nace la idea de morir por algo más grande e idea más bonita no existe. El ser de antes, el ser de Cervantes, muere por esa nobleza y esa virtud. Ese ser sabe y siente lo que es morir por dignidad aun cuando esa razón no da lo mismo por uno. Todavía siendo este pensar tachado como incorrecto por la nueva sociedad no pierde en lo absoluto su caballerosidad.
El morir por aquel amigo que estuvo contigo en las victorias más grandes -no aquellas grandes de tamaño, si no aquellas grandes como Alejandro Magno o la Roma Imperial- y las derrotas más dolorosas.
El morir por la patria, que, aunque indiferente al ciudadano, te vio nacer, te alimentó con su campo y te cobijó con su cielo.
El morir por el amor de tus vidas, por ese amor que no es perfecto, por ese amor que causa dolor, pero a la vez que llena tanto de vida, por ese amor que no se siente capaz, pero paso a paso se supera a sí mismo, por ese amor que no necesitas moldear a conveniencia hasta que se parezca tanto a ti que lo aborrezcas.
El morir como el Quijote, caballeresco y digno, será siempre virtuoso, aunque signifique morir en vida.
Por: Juan Mario Martínez.