Nunca he podido olvidar el desagradable sabor del paico o verbena que en infusión como desparasitante me daba mi abuela Natalia Iriarte durante mis vacaciones infantiles en Villanueva. Aquella bebida era sencillamente horripilante al punto que al decir de los viejos, curaba a los muchachos incorregibles, como aquellos que sin temor a una chancletera seguían robándose las frutas en patio ajeno, echándose la leva en el rio, buscando pelea en la puerta del cine, molestando a los ancianos y persiguiendo las pollinas por las noches en La Placita.
Lo cierto es que al que barbearan y lo atragantaran, con paico jamás volvía a escacharse y hasta lo veían en misa los domingos.
En reciente entrevista con Sebastián Polo Hernández ‘Chan Polo’, hijo de ‘Juancho’ polo Valencia me comentaba que en Santa Rosa de Lima, en un pueblo cercano a Fundación, en la década de las años cincuenta, vivió el Doctor Anaya, un médico que curaba la locura y despachaba desde una pequeña finca aledaña al pueblo conocido como la finca de “los locos”, en la cual una laguna grande de gran profundidad era utilizada como camilla, consultorio y UCI para los pacientes con trastornos mentales que recibía en su clínica acuática el doctor Anaya. Estos eran alojados en ranchones de paja con hamacas ortopédicas y un torturante cepo. Los furiosos tan peligrosos como un maco con mal de rabia.
Muy temprano en la mañana comenzaba el tratamiento y un par de corpulentos asistentes del médico maniataban de pies y manos al orate y lo sumergían durante varios segundos en el pozo hasta que el galeno ordenaba sacarlo a la superficie ya con los ojos brotados y el estómago lleno de agua; con un par de fuertes palmadas en la espaldas le sacaban la de los pulmones y así un poco reanimado le repetían el medicamento varias veces, durante los quince días que requería el tratamiento, al cabo de los cuales era entregado a los felices familiares quienes festejaban la reivindicación social de su pariente.
En el caso del paico, el muchacho incorregible prefería aquietarse para que no lo barbearan de nuevo y en el de los locos estos optaban por tirárselas de cuerdos para no correr el riesgo de morir ahogados.
Sin encontrarle explicación clínica a la conducta de estos individuos consulte al doctor Miguelito Socarrás, un científico de la medicina con reconocidos méritos en el campo de la psiquiatría quien en forma elocuente me aclaró: los trastornos de tipo psicótico son incurables como es el caso de esquizofrenia paranoide, catatónica e indiferenciada, en las cuales a veces puede incidir un factor genético.
Niños que corrigen su conducta por efectos de un brebaje y dementes torturados en forma submarina, casi que violenta, no representan para el ser humano ninguna solución para mejorar. En ninguno de los dos casos encuentro explicación científica alguna, dudo mucho que el doctor Anaya haya pasado por una universidad, pues estos procedimientos son propios de curanderos o chamanes y avivatos que aun consiguen ignorantes que se dejan embaucar.
Personalmente pienso que esa cultura primitiva en el medio nuestro de aquellos tiempos podía generar especulaciones sicológicas, y quizás aquellos fulanos traumatizados de tanto tragar agua pudieran lucir tranquilos y apacibles para que les dieran de alta y poder ejercer su locura en otra parte; lástima que el doctor Anaya no este por estos lados, porque seguramente después de la contienda electoral que se avecina quedarán más de cuatro aspirantes escalabraos con ganas de maniatarse y tirarse del puente Hurtado.