La escena es deprimente. Un hilillo de agua se abre paso entre las piedras de todos los tamaños y bajo un sol candente que acentúa el aspecto desértico del lugar. Hay música de fondo y algunas sillas organizadas por colores dispuestas, esperando a los visitantes que, indiferentes, llegarán buscando el fresco que poco a poco se va convirtiendo en leyenda, como la sirena que observa, impávida y triste, la muerte lenta de su hogar: el glorioso río Guatapurí que por culpa del verano y del calentamiento global pero también de los hombres que desvían su cauce para sus cultivos o queman arriba, en la Sierra, o talan los árboles de sus riberas atraviesa su peor momento.
Perdiéndose en el tiempo quedaron los tiempos cuando el río se salía del cauce y la gente corría, algunos del susto y otros a ver la creciente con la esperanza de divisar entre las turbulentas aguas al Doroy.
El Guatapurí se muere y nadie dice nada y el silencio nos hace sospechosos y cómplices a todos.
Hace pocos días, un amigo indignado me mandó una foto que era una queja. La zona debajo del puente Hurtado parecía un botadero. En el agua densa pude observar desechos, bolsas y vasos blancos de plástico o icopor, como si allí se hubiese celebrado una fiesta y los dueños de casa todavía durmieran la borrachera. Sentí rabia y tristeza.
Y si echamos un vistazo a la margen derecha del río, la que se encuentra más cerca al centro urbano, corremos el riesgo de perder la esperanza en la humanidad como especie: escombros de ladrillo, ramas de árboles podados, basura, desolación total…
Seguimos creyendo que el progreso está relacionado con las construcciones y el cemento, que la riqueza se mide por las cantidades de dinero que tengamos en la cuenta bancaria, la marca del auto en que nos transportemos o el tipo de celular que tengamos. No hemos comprendido que la verdadera riqueza es el agua y el medio ambiente, y que estos influyen en nuestra salud.
Pensamos que si tiramos un papel a la calle, uno solo, no pasa nada. No nos detenemos a pensar, al menos por un instante, que si multiplicamos una botella o una lata tirada por ahí por el número de habitantes de Valledupar, la ciudad sería el caos basurístico total.
Está semana se ha celebrado el día mundial del planeta Tierra. Ojalá sea la oportunidad para que reflexionemos sobre la necesidad de encontrar el equilibrio al momento de satisfacer nuestras necesidades de producción y consumo. Necesitamos menos palabras y más acciones inmediatas. La responsabilidad no es sólo de los gobernantes sino de todos porque la vida está hecha de pequeños detalles: cerrar el grifo, no quemar basuras ni tirarlas en la calle, apagar las luces, desconectar los electrodomésticos que no utilicemos significaría un cambio importante y beneficioso para el planeta. La cuestión ambiental nos atañe a todos.
Por: Carlos Luis Liñán.