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Una clase de historia

Será incluida en la Ley General de Educación, como una materia independiente de las Ciencias Sociales. ¡Por Fin! El anecdotario que tengo en mi vida como docente sobre disparates que contestan los alumnos cuando se pregunta sobre algún dato histórico, es extenso; respuestas que a veces me dan risa y otras, inconformidad que un joven ya en la universidad se sepa todas las canciones vallenata, pero no sepa ni quién fundó a Valledupar, ni por qué un suceso histórico fue tan determinante en la vida del país o del mundo. Como la ya mencionada en una columna anterior del joven que me contestó que Hitler fue un presidente de Estados Unidos.

No hay cultura general si no se conoce la historia. Me comentaba un eminente abogado, catedrático en varias universidades, que sus alumnos no tienen ni idea de quién descubrió a América, ni en qué año y que no es exageración. Así, de ese tenor, es la ignorancia en la materia.

La historia de los pueblos es sagrada, es el patrimonio de valor, de enjundia, de dolor, de tragedias, de descubrimientos, de formación de pueblos, de nuestros ancestros, un legado eterno, que no se va a repetir igual, a pesar de su eternidad.

En el proyecto de Ley presentado por la senadora Viviane Morales, se habla de “una generación de jóvenes que desconocen su origen y no tienen claras las causas de los conflictos que vivimos” y de “un analfabetismo histórico y cultural”. Yo agrego que no son solo los jóvenes, también los profesores jóvenes y mayores, los padres jóvenes y mayores, tanto que el abuelito se acostumbra a hablar con él mismo, porque corre el riesgo de que le repitan: “Cuando comienzas a contar historias es porque ya están muy viejos”, y se pierde esa valiosa fuente de conocimiento. El desenfreno del mundo moderno, la rapidez, los Medios interesados más en farándulas, la tecnología abrumadora, ha llevado a las nuevas generaciones a vivir en una vacuidad nunca imaginada, hasta el punto de confundir a María Curie con Maríah Carey.

Cuando se visita Auschwitz, la tristura se acrecienta cuando se lee, en un arco, desapercibida, la socorrida frase: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla” y digo desapercibida porque la que se lee en letra grandes es: “Arbeit macht frei”, que traduce “el trabajo libera”, es también el título de un libro de Lorenz Diefenbach, en el que se habla del exterminio masivo de judíos, homosexuales, testigos de religiosos, gitanos, en fin…

Me alegro mucho por los que van a recibir las clases de historia, porque van a descubrir un campo que les era desconocido, por culpa de nosotros los adultos, o por la indiferencia de la juventud o ‘millennials’, o como se llamen que no le interesa saber de dónde vienen ni para dónde van.

Se habla mucho de la memoria histórica, se construyen centros para archivar la historia de los pueblos, eso está bien, pero cada profesor, cada padre de familia, cada periodista, cada gobernante y muchos más, deben llevar una aceptable cultura histórica en su cabeza, que haga parte importante de sus conocimientos: no se puede enseñar Literatura sin acudir a la historia, ni Matemáticas, ni Medicina, ni Filosofía, ninguna asignatura está exenta de pasar por la historia.

Entonces, estudiantes y maestros a ponerse a estudiar; la historia del mundo se abre ante ustedes.

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