Todos tenemos personas que son especiales porque apostaron por nosotros, recibimos su apoyo o simplemente aprendimos mucho de ellas. La lealtad a esas personas, a quienes nos debemos, habla bien de quien profesa dicho valor. Cuando un maestro apuesta por un alumno, por un discípulo, no espera nada diferente a generar nuevos conocimientos y mejores maneras de hacer las cosas.
La confianza que una persona deposita en otra, sin importar la razón, es clave a la hora de construir vínculos fuertes que permiten generar nuevas relaciones que enriquecen la propia vida y la de los otros. Creer en la palabra, reconocer las fortalezas y agradecer por lo que alguien hace, piensa y siente, son regalos que la vida nos da todos los días y poco valoramos. Dejamos huella en muchas personas, esto puede suceder todos los días, pero parece que no somos conscientes de esto. Es increíble cómo la vida de alguien puede tomar un rumbo u otro dependiendo de con quien se relaciona, a quien conoce, con quien comparte.
Por medio de esta columna hoy quiero agradecer a esas personas que han hecho mi vida única y maravillosa. Son muchas las que se han cruzado en mi camino, son muchas las que han creído en mí, muchas las que vieron en mí un potencial del que ni siquiera yo era consciente. ¡Gracias por eso! Porque por cada experiencia vivida, por cada actividad realizada con esfuerzo, por cada aprendizaje incorporado, somos lo que somos.
Los invito a cerrar sus ojos y a recordar, con inmenso cariño y gran respeto, a cada una de esas personas que dejó huella en nosotros y nunca esperó nada a cambio. Démonos ese regalo que nos reconfortará, que nos dará paz y que nos hará sentirnos muy queridos y bendecidos por Dios, por la vida, por el universo en su conjunto.
La familia, obviamente, es clave en este planteamiento que hoy comparto con ustedes. Creo que papás y hermanos son la primera red de apoyo de cualquier ser humano, son y deben ser además la inspiración y la fuerza que nos motivan a crecer, a luchar, a vivir. Luego llega una pareja que nos complementa, que nos hace mejores.
Deseo que cada uno de los que tienen acceso a esta columna lleguen a la conclusión de haber vivido una buena vida, de haber tenido innumerables momentos de alegría, de satisfacción, pero especialmente, que sean muchos los testimonios de personas a quienes influenciamos en el buen sentido y a quienes, por eso mismo, les mejoramos su existencia.
Para eso venimos al mundo, para hacer el bien, no sólo para compartir lo que nos sobra sino aquello que nos hace falta, para tender la mano en los momentos más difíciles, para ser ejemplos de vida. Recordemos nuestra niñez, la época del colegio, de la universidad, los amigos, los viajes familiares, a los abuelos, son muchas las personas que hicieron que nuestra vida fuese mejor. Y en la vida laboral debe haber también muchos ejemplos de personas que recordamos con cariño, algunas de ellas ya no estarán presentes, pero en nuestros recuerdos y constantes semblanzas y agradecimientos, mantenemos viva esa cercanía y esos vínculos que el tiempo y la distancia no pueden poner en riesgo.
Somos lo que la vida hace de nosotros, somos un producto perfectible, en permanente construcción. Nuestra alma y cada vivencia de la que hacemos parte son los insumos que le dan sentido a la existencia. El amor, el cariño, el respeto ofrecido a otros, son ingredientes que nos permiten relacionarnos con los demás de una mejor manera. Atesoremos eso.
Los recuerdos de nuestro paso por este mundo serán el más afinado juicio a lo que somos y seremos, a lo que en esencia fuimos. La marca que dejemos en los demás será la charretera que nos categorice como buenas o malas personas. Seguramente habrá algo de subjetividad en esos juicios, pero su resultado será, en definitiva, lo que le dejamos al universo como retribución por haber sido parte de él.
Todos merecemos vivir una buena vida. Pero de merecimientos no vive el hombre, dicen por ahí. Aprovechemos el tiempo y reivindiquémonos con la vida, con los demás, si hay la necesidad de hacerlo.
¡A trabajar se dijo!