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Una aproximación teórica al fenómeno de la abstención

A propósito de las próximas elecciones en Colombia (2022) y ante la exacerbación de varios partidos, grupos y personajes político que buscan mantenerse o alcanzar el poder, resulta prudente seguir analizando el tema de la abstención electoral.

Soy consciente que la democracia es sumamente compleja, no en su etimología, sino en su percepción y en su práctica social. De hecho, como bien anota Giovanni Sartori (2009) en su libro ‘Democracia’, esta es condenada por muchos intelectuales de la antigüedad, entre ellos Aristóteles, quien no la consideró una forma ideal de gobierno.

 Kant (también citado por Sartori) opinaba que la democracia era necesariamente un despotismo y en ese hilo de pensamientos seguramente serían muchos los que ven esa forma de gobierno como un desafuero.

Por su parte, Norberto Bobbio (1999) es más generoso, pero no menos rígido con la democracia, cuando la califica como algo impracticable, pero sin demeritar de ella como lo hicieron Aristóteles y Kant. 

Por lo tanto, la carta de presentación de la democracia como modelo de gobierno la constituye el voto, mecanismo a través del cual el ciudadano puede expresar su pensamiento en cuanto a la forma de resolver los problemas de la comunidad.

Hay mucha gente que no vota, pero sería sumamente aventurado pretender afirmar rotundamente cuáles son las razones y más aún, pretender sentar dogmas sobre algo cuyo origen solo existen teorías, pero no verdades científicas realmente comprobables. Las razones para no votar pueden ser tantas como personas que no votan.

Desde la perspectiva de algunos autores, la participación electoral es solo una forma más de participación política y la decisión de votar o no votar suele estar relacionada con actitudes políticas de mayor alcance, cuya motivación final es la de influir en la toma de decisiones. 

En España, Anduiza y Bosch (2004) enmarcan la participación electoral dentro de un concepto más genérico de participación política, definiendo esta como cualquier acción ciudadana dirigida a influir en el proceso político y en sus resultados.

En este contexto de ideas, conviene señalar que en Colombia si bien se da la universalidad, ello constituye un fenómeno más cualitativo que cuantitativo. 

En Colombia, ya lo he dicho en otros análisis, existen concejales elegidos con menos de diez mil votos en ciudades que pasan del millón de habitantes habilitados para votar; en esa misma dirección habría que mencionar a padres de la patria elegidos con menos de cien mil votos, cuando la población electoral colombiana sobrepasa generosamente los treinta y cinco millones de votantes potenciales.

El tema no es del agrado de la clase política, porque toca la intimidad de su estrategia electoral: conseguir sacar más votos que la competencia, así sea entre solo cien electores. El que más votos obtenga será elegido, a despecho de que millones de colombianos expresen, con su silencio electoral, que ni el elegido ni los no elegidos son considerados idóneos para ocupar el cargo de elección popular en disputa. 

Algo diferente sería que, así como se fijan umbrales electorales para las minorías políticas, se fijaran umbrales para los cargos de elección pública, pudiéndose dar la declaratoria de “desierta” las elecciones en las que ningún candidato alcance el umbral, en razón del potencial electoral vigente.

La solución más utilizada contra el abstencionismo sería la implantación del voto obligatorio; sin embargo, no parece ser la solución a la problemática planteada, dado que el voto en blanco es una alternativa legal que solo es eficiente a partir de ciertos registros estadísticos. Hasta la próxima semana.

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