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Un virus llamado odio

Pareciera que de nada vale exhortar a la reflexión, a la unión y a la reconciliación en estos tiempos. El odio hoy se riega como otro virus de los que están surgiendo recientemente, con la diferencia que éste enferma no solo el cuerpo sino también el alma de aquellos que se dejan contagiar, deambulantes desprevenidos, permitiendo que las mentiras, injurias y calumnias afecten a su humanidad.

Sin ni siquiera ver los ojos de aquella persona con quien compartes un chat o algún grupo en las redes sociales, a la cual invitas a desarmar su corazón cuando ha compartido o comentado una falsa noticia, te la puedes imaginar al otro lado del chat con sus ojos vidriosos, hinchados de sangre, con las facciones de odio encajadas en su rostro enrojecido y el afán por ripostar y contestar mandándote a lo que sabemos. Destilan veneno y escupen rabia, gritando en su ácido silencio, desahogando el odio y el rencor que tanto daño le hace y que le carcome día a día el corazón.

Me pregunto: ¿por qué se odia tanto a una persona solo por el hecho de no estar políticamente de acuerdo con ella? Le deseas lo peor, que le vaya mal, la cárcel, el infortunio y hasta la muerte. Y es que aquí no se trata de analizar a malos perdedores sino a malas personas que lo único que desean es contagiar a los demás con su virus de odio.

Te sorprendes cuando crees que al integrar un grupo conformado con supuestas personas de alto nivel intelectual, que se ufanan de esparcir cultura y difundir conocimientos, te vas a escapar del chisme y de los insultos y hasta de los malintencionados comentarios verduleros, y entonces, es cuando piensas que es preferible saber a lo que te enfrentas y no estrellarse ante la ilusa expectativa de creer que aprenderás algo nuevo del compañero intelectual del chat o grupo.

Me he topado en algunos de esos chats o grupos con cínicos racistas, que miran con repulsión a nuestra vicepresidente como si ellos fueran de estirpe vikinga o europea que divisan la paja en el ojo ajeno y no la viga que llevan en el de ellos, menospreciando un color de piel cuando sus propios codos están más mohosos que los de algún negro. Ellos sí que son negros de alma, utilizando el sintagma como indicativo de una condición despreciable, productos de una malignidad e hijaputez que pudieron adquirir por el virus del odio o también puede ser inherente a su propia condición nata.

Hablando del virus del odio que se pretende de manera indiscriminada esparcir y de forma específica contra el presidente y muchos servidores en su gobierno, trato de entender incluso a aquellos que de una u otra forma pudieron ser víctimas en su momento cuando este fue guerrillero, lo cual digo por ser un hecho cierto y sin el ánimo de ofender, pero a la vez digo, entonces qué nos queda en el corazón si no perdonamos. Pero, no solo me quedo en aquellos esparcidores del virus del odio de una sola orilla, también me refiero a aquellos que pretenden contagiar del mismo virus desde el otro u otros lados, dejando el camino abierto a aquellos pescadores en río revuelto, quienes se benefician con el contagio grupal andando tranquilos, hipócritas sociales que vuelven mierda al país y después pretenden surgir como salvadores. Verdugos autoproclamados creyendo tener la autoridad moral suficiente para juzgar y condenar a los demás, los verdaderos contagiantes del virus del odio, cínicos inmunes a la honestidad, a la decencia, al respeto y al amor hacia los demás, pretendiendo ser los inquisidores investidos por el pueblo que han oprimido y exprimido hasta la saciedad.

Por esto queridos amigos, a pesar, como lo dije al inicio, que pareciera que de nada vale exhortar a la unión, a la reflexión y a la reconciliación, sigo iluso como aquel utópico que sueña con un país en paz, libre de todo virus y cualquier peste, con la vacuna que desde niño me fue inoculada y que se mantiene activa en mi mente, cuerpo, alma y corazón, esa que con solo recordarla me mantiene inmune ante el virus del odio, entregada como un mandamiento nuevo, ama a todos y a todas, aun  a tus enemigos y aunque yo no sea el Padre, perdono a mis compañeros de grupos y chat, porque no saben lo que dicen.  

Por: Jairo Mejía. 

Categories: Columnista
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