Henos complacidos de que por primera vez un vallenato haya sido designado director del Departamento Nacional de Planeación DNP, en un gran gesto del presidente Duque. Es bueno para El Cesar, la Costa, el país, pero sobre todo para un elemento fundamental de la trayectoria del ser: la suma del recurso interno, inteligencia, voluntad y disciplina, y lo externo y universal, la educación.
El nombramiento de Luis Alberto Rodríguez Ospino, que pasa del Viceministerio de Hacienda, al DNP se suma al cargo de Jonathan Malagón otro vallenato guajiro, que se ha hecho visible, con igual mérito, en las altas esferas de definición de política pública. Hacen parte de una constelación de jóvenes economistas cesarenses, que vienen ascendiendo en cargos representativos del gobierno nacional y del sector privado.
Merece destacarse que ambos se graduaron como tales en la pública Universidad Nacional. Su juventud les asegura un gran porvenir y por lo que les conocemos sabemos que se resistirán a las tentaciones del hombre público, que, en la alegoría pictórica de Lorenzetti del mal gobierno (Palacio de Siena, siglo XIV), son representados por las figuras de la soberbia, la vanagloria y la avaricia.
No llegaron ahí fruto de un apellido o una recomendación del clientelismo político. Un buen mensaje para la actual dirigencia regional venida a menos, e inferior, en muchos aspectos, a los creadores del departamento.
De manera que si, con razón, el historiador económico Adolfo Meisel, hoy rector de la Universidad del Norte, se lamentaba de que prueba de que la Costa Caribe tenía 100 años de ostracismo era su ausencia en las carteras de hacienda y en el centro de decisiones de la inversión y del presupuesto nacional, hoy podemos decir, por la alta presencia en el alto gobierno de costeños, y en el Congreso (recordemos que el presidente de la comisión IV de Presupuesto es Eloy Quintero y el vicepresidente, Eliécer Salazar), que esa condición ha cambiado.
Ello no es para decir que ahora sí cambiará nuestra suerte, reacios como hemos sido a la idea- bastante ambientada en la dirigencia e incluso en la academia- de que el atraso del Caribe se debe a que el centralismo bogotano nos impuso esa condena. Pensamos que nosotros mismos construimos nuestra estima, nos afirmamos, y que seremos producto, primero, de nuestro propio esfuerzo y voluntad de superar el atraso social y político, la corrupción y el clientelismo, y la escasa productividad de las unidades productivas.
Por supuesto que nos ayudarán, – y les reclamaremos- pero, por las angustias fiscales de la nación, “el palo no está pa cucharas”. Se moverá Rodríguez, asegurando la rigurosidad técnica de la entidad, que se plasma en instrumentos como los CONPES, dentro de un margen en que hay una regla y un Plan de Desarrollo que cumplir, unas regalías que cuidar y reformar (con un proyecto en ciernes) y una importante regionalización de la inversión.