“Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista…” (San Lucas 7,28).
Que importante lección nos deja el hijo de Zacarías y Elizabet a nosotros, los que estamos abocados a servir. Detengámonos por un momento en este elogio que Cristo hace de él: Escogiendo de entre todos los profetas, Jesús afirmó que, Juan era el más grande de todos los tiempos.
Recordemos que ocurre en la tierra de los profetas y Juan está siendo comparado con profetas de mucha altura. Israel tenía una rica historia de ministerios proféticos, algunos honrados y reconocidos como tales, otros anónimos. La larga lista de profetas notables incluía personajes de la talla de Moisés, Isaías, Amos, Jeremías, Oseas. Personas que tuvieron un profundo impacto en la vida e historia de la nación.
La madre de Juan era estéril y ambos padres eran de edad avanzada, A su padre le fue profetizado que Elizabet daría un hijo y le pondrían por nombre Juan y él haría que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor su Dios. Fue apartado desde el vientre para esa función única. Sin embargo, los siguientes treinta años los pasó en completo anonimato. Lo notamos cuando aparece a orillas del río Jordán, en el desierto, proclamando un nuevo tiempo de restauración nacional. No sabemos más, lo cierto es que era un completo desconocido.
Su carrera como profeta fue meteórica. Al poco tiempo de comenzar a predicar, grandes multitudes lo acompañaban. Los líderes religiosos lo reconocían y hasta llegó a formar su propio grupo de discípulos que después los endosó a Jesús. La culminación de su ministerio fue la llegada del Mesías, quien tambien se unió a las multitudes para ser bautizado por él. Con el inicio del ministerio público de Jesús, la misión de Juan terminó. Poco tiempo después fue arrestado y luego decapitado por orden de Herodes, el tetrarca, por causa de Herodías, su mujer. El elemento sorpresa es este: ¡su ministerio público duró apenas seis meses!
¿Cómo entonces, se puede decir que su ministerio fue el más grande entre los profetas? El ministerio profético de Isaías y Jeremías se extendió a lo largo de unos cuarenta años. Daniel profetizó durante tres o cuatro gobiernos. ¡Lo de Juan es insignificante en comparación con otros! Y aquí está justamente, el meollo del asunto: para nosotros hoy la grandeza de una labor radica en su tamaño y extensión. En el Reino de Dios, sin embargo, la grandeza no se mide en términos de números, sino en términos de fidelidad. Y la fidelidad consiste en hacer aquello para lo cual fuimos llamados. Nadie pudo entender esto, mejor que Juan, por eso pudo afirmar: “Es necesario que Jesús crezca y que yo mengue”.
La administración moderna consideraría un desperdicio de recursos preparar un hombre treinta años para una labor de seis meses. Nos sentimos más cómodos con el modelo que prepara a un obrero en seis meses para una labor de treinta años. El corolario sería este: ¡Dios es quien prepara! Un hombre preparado por Dios para actuar en el momento exacto, con el enfoque correcto y el mensaje preciso puede lograr en seis meses, lo que otro, bien intencionado pueda lograr en años de trayectoria.
La invitación de hoy: procuremos trabajar en lo que Dios nos ha llamado a hacer. Seamos fieles a esa vocación y cumplamos con confianza la cita con nuestro destino, mientras avanzamos tomados de la mano de nuestro Buen Dios.
Abrazos y bendiciones del Señor.