“Os daré un corazón nuevo… Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” Ezequiel 36,26
Dios pone en nosotros un nuevo corazón. Sin embargo, la sobrecarga de las preocupaciones, los retos, angustias y obstáculos de la cotidianidad hacen que Dios vaya pasando a un segundo lugar. Nos endurecemos y las ocupaciones se vuelven más importantes que nuestro amor por Dios.
Con el tiempo, los corazones de carne se van convirtiendo en corazones de piedra. Corazones sufrientes, heridos y decepcionados; por la lidia con los problemas, estos corazones se vuelven cínicos, desconfiados y egocéntricos, son capaces de percibir las necesidades en otros y no sentir nada.
Un nuevo corazón es sensible y obediente, se alista para animar a otros, se siente honrado por la presencia de Dios y cumple sus preceptos. Las evidencias del nuevo corazón, según lo declara el profeta Miqueas, son: Hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante él. Es hacer lo correcto ante Dios. Es negarse a juzgar a otros. Es caminar dependiendo de su dirección, cuidando las cosas que son importantes para él.
Amados amigos: Tener un nuevo corazón es identificarnos de tal manera con el corazón de Dios, que todo aquello que es real para él, también lo sea para mí. Así, cuando ayudamos a otros agradamos el corazón de Dios. La clave es mantenernos enfocados en el corazón de Dios de modo que nuestro quehacer sea el resultado de un amor desbordante por él.
Reza la oración del Padre Nuestro: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” En el cielo, se hace su voluntad, destellos de eso son las manifestaciones de alabanza y adoración continua, cuyo sonido es como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de grandes truenos. ¿Y en la tierra? El sonido de la tierra es gemido, lamentos, sonidos huecos y desesperados, sonidos de tormentas que emiten aquellos que están quebrantados, esclavizados y afligidos. ¡Es el sonido que Dios escuchó para enviar a su Hijo!
Existe una brecha entre el sonido del cielo y el de la tierra. Nosotros somos constructores de puentes, generadores de cambio, productores de bondad. Somos los alimentadores, los triunfadores, las manos de Jesús para cerrar esa brecha.
Nuestras vidas deben ser levantadas para derrumbar las paredes de injusticia y traer la primavera del Espíritu a nuestra tierra. No es perfección, sino autenticidad en el corazón para la compasión. ¡Un nuevo corazón no puede pasar por alto la injusticia!
Invito a todos aquellos que tienen un nuevo corazón a aliviar el sufrimiento en otros, a renunciar al derecho de tener la razón, a seguir a Jesús sin importar el costo, a hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante Dios. Si así lo hacemos, les aseguro que Dios nutrirá nuestro ser y atenderá nuestro quehacer.
Dios los bendiga con abundancia.
Por Valerio Mejía