Tengo una flojera decembrina, de racamandaca y casi estaba decidido a hacerme la leva, como las mujeres cuando no quieren “aquello” e inventan un dolor de cabeza, pero me acordé del doctor Aníbal Martínez Zuleta, que siempre me decía que él sufría de ese mal y el remedio era agarrar el kilométrico, abrir el block y sentarse a escribir la primera palabra, que las demás venían como por un tubo bien engrasado.
Voy, hoy es Navidad, nuestras Pascuas Cristianas, donde adoramos a nuestro Dios y le pedimos a su hijo el Niño Dios, recién nacido, mediante cartas que ahora adornan el árbol de Navidad, y antes las enviábamos vía cometas, que volaban muy alto los regalos o aguinaldos que queríamos.
La lista era variada y extensa, pero siempre punteaban los uniformes de vaqueros con sus sombreros de pasta y revólveres plateados con triquitraqui (y nadie se volvía bandido); las ciclas, los balones, la famosa colección de libros ‘El Tesoro de la Juventud’, útiles deportivos.
En esta época las pistas y las barbies con todos sus atuendos, los juegos electrónicos, las tabletas y celulares y no pasan de moda las muñecas para las escuincles y los carros en todas sus modales para los batos, como dicen los mejicanos.
Era raro que el Niño Dios no cumpliera con los pedidos, no sé cómo hacía, pero a las 12:00 a más tardar, los regalos estaban debajo de las hamacas o de las camitas.
Yo creo que uno de los pedidos más difíciles que tuvo el Niño Dios fue cuando yo tenía 12 años y mis hermanos Tico y Rolando, 9 y 8: le pedimos un chivo u ovejo para montar.
En esa oportunidad nos acostamos muy temprano, como a las 7:00, pues los animales venían en camino y si nos encontraban despiertos se espantaban y se perdían: dicho y hecho, a las 12:00 nos despertamos con unos sonoros meeee, meeee, meeee, de tres hermosos animales lanudos que a esa hora los montamos en el patio de la casa, que era muy grande.
El mío era pintao y cola larga, moruno, rápido; el de Tico, blanco con grandes cachos y guapo que embestía a quien no conocía, y el de Rolando, lo recuerdo muy bien, con una cola cortica, brioso, más blanco que todos y unos huevos grandes.
Respecto a él, mi papá nos advirtió que si le puyaban las ‘chilangas’ corcoveaba y tumbaba al jinete y una caída de chivo era muy feo y peligrosa, experiencia que tuvimos a las 6:00 de la mañana cuando mi hermana Doris se montó y Rola, inocentemente, con un palo de escoba le tocó esa parte noble. ‘Tanpundan’, tiró al suelo a la pobre Doris y le partió un brazo, pero como éramos vecinos del doctor Ferreira, él llegó enseguida, lo estoy viendo, braveó, regañó y la entablilló por 20 días. Ahí está ella con su brazo al pelo sin ninguna deformación. Idéntico a los de ahora que le ponen más tornillos que una carrocería hecha de la Puchina en La Paz, Salomón Saurith en Villanueva o Peralta aquí en El Valle.
Ese era mucho niño Dios verraco, el mismo que atendió a mis hijos, mis nietos y aspira atender a mis bisnietos, si su Papá se lo permite.
************************
Jugó la rifa de La Esperanza y el número premiado fue el 249, pero tengo un lío: no sé quién se la ganó, porque no me aparece el desprendible, aunque tengo sospecha de quién fue, me abstengo de decirlo hasta no tener la certeza.
En todo caso, quien tenga la boleta que lo diga rápido para entregarle el premio. Gracias nuevamente a todos los que colaboraron, el Niño Dios les pague y les dé unos buenos aguinaldos. Felices Pascuas, Jose y Mercy les decimos y lo deseamos.
José Manuel Aponte Martínez