El desorden siempre será desorden, el caos siempre será caos, la pereza, la incultura, el irrespeto, la mediocridad, lo detestable, lo antinatural, lo oprobioso, y el delito siempre lo han sido y siempre lo serán a menos que el mundo cambie, y cuando me refiero al mundo me refiero a todas las culturas que tienen los valores como la génesis de sus civilizaciones.
Pues resulta que están construyendo una narrativa que nos quieren imponer como cultura en la cual todo aquello que rechazamos como sociedad lo aceptemos como normal y por si las moscas terminarán obligándonos vía leyes o a fuerza de costumbre; créanme, no exagero cuando les digo que estamos a pocos pasos de ser una sociedad inviable, al menos desde lo que conocimos y alcanzamos a vivir hasta esta década pero que para una minoría que gracias a su poder y a su alto nivel de exposición parecen mayoría.
¿Pero cómo llegamos a este punto? Para empezar recordemos la teoría de las ventanas rotas y su reflejo es lo que nuestra ciudad vive diariamente, en cuestión de no menos de tres décadas la reja en la fachada de la casa empezó a convertirse en un accesorio obligatorio, de hecho hay diversos modelos estéticos que pueden llegar a costar más que la misma fachada pero al final el mensaje es el mismo, somos prisioneros de la delincuencia y con ello estamos aceptando que si no tenemos rejas alguien en algún momento irrumpirá en nuestra casa (Templo sagrado de toda familia) y que debe ser protegida por el estado y por la ley lo cual no ocurre puesto que lo normal no es que no se metan sino que lo hagan, así estamos.
El ser humano es violento por su naturaleza animal y es la sociedad la que lo domestica a través de códigos y leyes, y dependiendo de la cultura estas pueden ser implacables o flexibles dependiendo el nivel de transgresión que cometa; me explico, las leyes en Islandia o Suecia podrían ser mucho más laxas que las de El Salvador por una sencilla razón, en estos países del norte de Europa algunas cárceles debieron convertirlas en bibliotecas porque nadie viola la ley, pero si llegasen a hacerlo podrían ser implacables; sucede lo mismo con Japón, Tailandia o Singapur entre otros, o los países Árabes donde la ley es inflexible contra el delito especialmente aquellos que atentan contra la vida.
A pesar que Colombia es uno de los países con mayor número de leyes pues no en vano existe legislación para todo, incluso tenemos normas que nunca se han aplicado precisamente porque son ineficaces y esto debido a que nunca la ley por sí sola podrá contrarrestar el delito cuando este es cultura, pero aún peor, cuando la ley es hecha por corruptos de inmediato aparece la injusticia, incluso utilizar la ley para delinquir se volvió paisaje a tal punto de haber acuñado la frase que caracteriza al colombiano “hecha la ley, hecha la trampa”, pero incluso estamos un paso más adelante, “hecha la trampa, hecha la ley” para buscarle el atajo.
A través de la historia quien hacía las leyes y quien las aplicaba eran personas probas, intachables, me refiero a jueces, legisladores, y cualquiera que ostentara esas dignidades debía aplicar la máxima del filósofo Plutarco “…la mujer del César no solo debe ser casta sino parecerlo” y en aras de la verdad quienes hoy están llamados a ser referentes de dignidad, seriedad, ejemplo para la sociedad, ni lo son ni lo parecen pues fueron ellos con su actuar quienes hicieron que toda la estructura de valores se derrumbará frente a nosotros dando paso a la peor época jamás vivida en nuestra ciudad y en nuestro país, y por ende el ladronzuelo de la calle, el pequeño agresor, el que antes cometía el “delito menor” se dio cuenta que puede cometer el peor de los delitos que nada le va a pasar, además ve como ejemplo que quien debe aplicarle la ley también la viola y por ende caímos en una espiral de anarquía que nos lleva directo a la inviabilidad como sociedad.
Nuestra esperanza era que la generación que se levanta pudiera ser el muro de contención de esa cultura y fue lo primero que nos quitaron, de hecho, les construyen un mundo a su medida, sin respeto, sin normas y como corolario les pusieron como referentes a lo peor que ha podido parir esta generación de idiotas con fama, los mal llamados “influencer” que cuando uno les hace inventario muy pocos pasan la prueba de influenciar positivamente. ¡Opongámonos!
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.