Con la frente en alto menciono tu nombre y te agradezco la formación que nos impartisteis en el seno de un matrimonio ejemplar de 74 años. Lo que soy y lo que seré es y será gracias a seguir al pie de le letra las huellas de ustedes: mis padres. Tu, papá, representa un modelo de vida recta que merece ser imitado.
“Siento mucho tu ausencia, no te lo niego. Yo no puedo vivir, si a mi lado no estás”, así dice la poesía Desvelo de amor que en forma de bolero escribió el genio boricua Rafael Hernández Marín, que me enseñaste a escuchar en la inigualable voz de Celia Cruz, porque quien deja huellas imborrables en el género humano no muere, vive en forma permanente en el recuerdo, igual a un faro que ilumina el mar.
Eso has sido y serás, un faro que sirve de guía a los seres humanos. Delicado, fino y firme, eras conocido como el ‘riel’, no por inflexible, sino por la firmeza de tu carácter, como lo asimilaban los antiguos griegos y latinos: las convicciones éticas con determinación sirven de norte a las acciones humanas.
Muy a pesar de tu partida a la eternidad, eres presencia permanente en nuestras vidas. Viajas al encuentro con Dios con suma tranquilidad y sabías que su divinidad no te abandonaría jamás, como nunca lo hizo en la tragedia familiar que padecimos hace 50 años con el adiós sin decir “adiós” de nuestros cuatro hermanos. Fuiste sabio en dirigirnos en la desgracia, no dejaste que el dolor y la pérdida irreparable nos doblegara y nos hiciera olvidar el camino de la vida.
Igual que el poeta Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre tuvistes bien claro que: “Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos y allegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos, descansamos”. Has transitado por el camino a la eternidad y feliz vives en él a la espera de todos nosotros.
Culto y amante de la educación como paideia, como excelencia del espíritu. A diferencia de muchos que ven a la educación como proceso de enseñanza y aprendizaje de destrezas y habilidades –sin despreciarlas y defendiendo la importancia de la ciencia y de la técnica al servicio del bienestar de la humanidad–, tu clarividencia residía en asumirla como crecimiento moral y espiritual del género humano. La búsqueda y el trabajo por la excelencia tenía y tiene que ser la finalidad de la educación. “Formar rieles éticos y morales”, tu filosofía.
De allí que para ti la corrupción se previene con una gran dosis de formación ética, moral y “con un crecimiento del espíritu humano”, tu lema.
No es el castigo el medio para impedir la corrupción, sino el crecimiento ético, moral y espiritual del género humano.
La autonomía y la libertad política de las regiones, y el federalismo –ambos– los ubicabas como la mejor forma de estructurar el territorio de una nación, ponías como modelo la organización de Estados Unidos de Norteamérica. Sigo tu ejemplo.
Tu semilla está sembrada en la Universidad del Norte. La política, el aprendizaje de las lenguas extranjeras y el amor por las artes los promoviste como una manera de reconocer que la vida es lenguaje. Predicabas que el mejor lenguaje era el amor. Amar al prójimo y respetar su libertad las pusiste en práctica y fue la mejor herencia que nos transmitiste. Es un legado irrenunciable. Gracias, papa, Eduardo Verano Prieto, siento mucho tu ausencia …