A un escenario al cual nunca debieron llegar, cayeron las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela. Una serie de hechos han llevado a dos pueblos hermanos y vecinos, a un punto peligroso y del cual hay que buscar la manera de salir, mas no a cualquier costo.
El temperamento de los mandatarios de turno, Álvaro Uribe Vélez, en Colombia, y Hugo Chávez Frías, en Venezuela, ha podido más que la cabeza fría, la prudencia y la cordura que debe reinar en el mundo de la diplomacia.
Colombia decidió acudir ante el Consejo de Seguridad de la Organización de Estados Americanos (OEA), en una sesión especial en la cual aportó pruebas contundentes que demostrarían que existen un buen número de guerrilleros, que se estiman superior a los mil quinientos, principalmente de las FARC, en territorio de Venezuela. Estas personas, según los videos y las fotos aportadas por el estado colombiano, están en situaciones cómodas y desprevenidas: fumando habanos, preparando un asado, o en playas de descanso, que es muy distinta a la que tiene una persona levantada contra un estado, en un campamento militar.
Ante esas pruebas, presentadas por Luis Alfonso Hoyos, el embajador de Colombia ante la OEA, como también a la solicitud de nuestro país, en el sentido que una comisión internacional, presidida y organizada por la OEA, visite el territorio de Venezuela, donde se presumen están los campamentos de estas personas, la respuesta de Roy Chaderton, el embajador de Venezuela ante el mismo organismo, fue de burla, e insinuó que se trataba de un montaje del Estado colombiano con la asesoría de personal de los Estados Unidos.
Más grave aún, en lugar de responder y negar categóricamente las pruebas aportadas por Colombia y aceptar esa revisión por parte de una comisión internacional, la actitud del gobierno de Venezuela no podría ser más errática: romper relaciones con Colombia. Absurdo.
Con todo el respeto por la autonomía del gobierno del vecino país, como dice el viejo adagio, el que nada debe nada teme. Venezuela debió aceptar esa verificación, teniendo en cuenta que se trata de organizaciones consideradas terroristas a nivel internacional y que se financian con el secuestro, la extorsión y el narcotráfico y que, tarde o temprano, además de afectar a su vecino Colombia, terminará por golpear también a los venezolanos, como ya viene sucediendo.
Las relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela ya venían mal, el comercio estaba prácticamente paralizado por las decisiones erráticas y unilaterales del Presidente Chávez, quien sustituyó las importaciones de Colombia por compras a Brasil y Argentina. Luego la ruptura lo que hace es llevar esas relaciones a un punto cuyo retorno no puede ser otro que el restablecimiento de las mismas, tarde o temprano.
La decisión de Colombia ha puesto sobre la pared al gobierno de Chávez, que tendrá que demostrar que no cobija grupos terroristas en sus predios, arriesgándose a que los cataloguen como un país que protege el terrorista. Al cierre de esta edición aún no se conocía una respuesta oficial, seria y contundente a esas denuncias de Colombia.
Pero también coloca en aprietos a la OEA, en caso de que Venezuela insista tercamente en no hacer nada. Tiene que haber una salida institucional multilateral y el vecino país debe estar dispuesto a que en su territorio se haga esa verificación.
Es el momento de la cabeza fría, de la cordura y la prudencia. No es el momento de actuar con cabeza caliente. Colombia debe insistir con dignidad en su solicitud, pues se trata de denuncias graves, pero debe corresponder a una decisión en la cual tenga ingerencia el presidente electo Juan Manuel Santos; la búsqueda a una estrategia encaminada al restablecimiento de las relaciones entre los dos países, en condiciones de respeto, autonomía, pero también de condena al terrorismo que afecta a Colombia, y que desde hace años tiene visos internacionales.
No obstante, también es el momento, como hemos insistido tantas veces, desde estas mismas páginas, de volver a planear y diseñar una política económica, social, política y militar de apoyo a las zonas de frontera, teniendo en cuenta las graves consecuencias que en estos territorios ha tenido la decisión de Venezuela. Una nueva política de fronteras sería un buen inicio del gobierno de Juan Manuel Santos, para estas zonas del país y una señal en contra del centralismo que tantos efectos negativos nos sigue causando.