“Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2 Co 4,17-18.
Un legado nos vincula al propósito eterno de Dios y sus principios conectan los puntos para hacer que todo adquiera sentido. Los fracasos, las frustraciones y la fatiga pueden fusionarse en algo significativo cuando se ven a través de una mentalidad multigeneracional. Nuestra visión se aclara cuando se alinea con el lente del legado. Así, las experiencias de la vida encontrarán un valor más grande, y lo tendrán también las acciones de los que nos siguen.
Un legado es organizar la forma en que vivimos para que sea una bendición para las generaciones venideras. Es tomar la responsabilidad de garantizar que nuestras relaciones y recursos nos sobrevivirán y perdurarán más que el tiempo que pasemos en la tierra.
Nuestra vida es más que una cadena de eventos, es parte de una cadena que nos vincula con un sentido de misión y de destino. Nuestro legado incluye a la familia sanguínea y a las personas con quienes hemos celebrado relaciones de pacto, es de alguna manera, el desbordamiento de una vida que se derrama sobre la próxima generación.
Pensando en todo esto del legado, quiero hoy hacer un reconocimiento de valentía y entereza a mi primo Alfredo Araújo Castro, ejecutivo de la Drummond, por las circunstancias ampliamente conocidas.
Por varias razones creo en la pulcritud de sus acciones y testimonio:
Primero, por el legado recibido de sus padres. Tío Fello y tía Tere –tíos cercanos y muy amados, que Dios los tenga en su gloria- fueron personas ejemplares, rectas, con un claro sentido de justicia y de valoración de lo propio y de lo ajeno, y sembraron en sus hijos un legado de amor, unidad, respeto y armonía entre ellos, así como de honestidad, servicio y entrega para su generación.
Segundo, porque lo conozco desde siempre. Sin pretender arrimarnos siquiera a una defensa, si debo en honor a la verdad, dar testimonio de su probidad y capacidad de servicio a la comunidad, procurando siempre el bien común, aun por encima del bien particular. Alfredo siempre fue acucioso, dedicado, íntegro, honesto en su proceder, buen amigo, mejor familiar; siempre se perfiló como un servidor público generoso, amigo de los medios y la información; con un corazón grande, espléndido en sus relaciones e igual que su padre, amigo y consejero de todos.
Tercero, dice la Biblia que es de dentro, del corazón, de donde salen los malos pensamientos y todas las maldades que contaminan al hombre y al medio ambiente, y yo he podido percibir su corazón limpio, trasparente, temeroso de Dios y respetuoso de los demás; lleno de gozo, alegría y buenos propósitos para con su esposa, sus hijos y sus nietos; Por lo tanto, desde allí dentro no puede provenir sino trabajo dedicado, servicio desinteresado y buenos frutos.
Amados amigos lectores, tenemos un legado para sembrar y compartir con la siguiente generación, ¡hagámoslo con solvencia y pulcritud!
Fello, tienes un legado que compartir aún con tus amigos, parientes y familiares, tu vocación de servicio puesta a favor de la región beneficia a muchas familias y pueblos, continúa por la senda de la justicia tomado de la mano de Jesús el autor y consumador de nuestra fe.
Cuenta siempre con nuestro respeto y admiración. Nuestras oraciones por tu vida y por todo lo que emprendas.
Con cariño entrañable.