X

Un día largo y un billete corto

Un día largo y un billete corto. Los aerosoles van muriendo a medida que vomitan su interior cromático sobre la pared, inmolándose para satisfacer la necesidad de X de expresarse ante los otros sin necesidad de filtros comerciales, morales o culturales; en una comunicación directa entre las valoraciones propias y las de los demás, que transitamos frente a las galerías naturales que conforman los muros de la ciudad.
X es trigueño, fibroso, tiene los bluyines y los tenis salpicados de pintura. En Valledupar como en otras ciudades no faltan grafiteros deambulando de incógnito entre el resto de la gente, esperando la oportunidad perfecta para desenfundar sus atomizadores y manifestarse frente a la pared anónima que empieza a ganar valor antropológico al recibir sobre su piel el rocío monocromático o multicolor del aerógrafo. X escribe y pinta sobre temas que satisfacen de manera instantánea su necesidad de exponer sus ideales y sus reflexiones sobre el comportamiento de sus conciudadanos. X usa una agenda del año dos mil cinco como bitácora, dibuja en ella con la libertad que solo el cuaderno de apuntes de un artista puede permitirle. Ya en su estudio- galería: la calle, la intervención algunas veces dura segundos, otras veces es posible tomarse el tiempo necesario para llevar la obra un poco más lejos. Como en el mural que homenajea a Diomedes, ubicado en uno más de los espacios abandonados del centro histórico, en el que algunos poetas del spray tuvieron la delicadeza de pegar sobre el incisivo preciso del retrato una pieza de plástico en representación del diamante original incrustado en la sonrisa del ídolo.
X sufre las precariedades y gozos de un poeta de su tiempo. Su experiencia de beligerancia en un grupo armado al margen de la ley a veces le hace inútilmente tratar de tomar distancia frente a sus recuerdos, para evitar los traumas de las tragedias propias y extrañas que ha debido presenciar sin tener otra opción más que observar. Pero esta última etapa de su vida la ha pasado anotando con aerosoles sobre las paredes de Valledupar sus emociones, a veces como publicista y otras veces como artista, para comunicarle a su público lo más pronto posible sus ideas sobre los acontecimientos nacionales y locales; a veces con humor y otras veces con dolor, pero siempre evidenciando un sentimiento genuino que no tiene otra opción más que expresarse a través de sus manos, anteriormente al servicio de la violencia, que ahora dibujan en una agenda de años anteriores situaciones íntimas productos de una sensibilidad pura, que ha encontrado refugio para superar sus heridas de combate en la expresión estética. Las líneas del bolígrafo esparciéndose en las páginas de fechas pasadas en su libreta y el olor de la pintura, le hacen olvidar que existe un mundo por fuera del universo mágico de la imaginación y la iridiscencia emanada de los aerosoles, cantantes silenciosos de protestas de esmalte que claman por el fervor hermético de las conciencias de los peatones.

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