El caso de Silvestre Dangond
Por: Luis Elquis Diaz
La controversia generada a raíz del desliz emocional protagonizado por Silvestre Dangond, no solo la relacionada con el niño, sino además en las que hizo analogía entre el dinero y el papel higiénico, merecen un replanteamiento y un llamado de atención, el cual debe extenderse a todos los artistas de nuestro folklor y personas comunes y corrientes de nuestra región; independientemente de la intensión del acto en referencia.
Los diferentes argumentos presentados para destacar este episodio desencadenaron concepciones apegadas a la verdad, otras inclinadas hacia el fanatismo y fuera de nuestro espacio geográfico hacia el regionalismo, no obstante, es evidente que estamos frente a un craso error, que por obvias razones no se debe repetir. De igual manera encuentro desatinado que el artista y su grupo de colaboradores y asesores hayan tipificado la situación en una razón estrictamente cultural.
Nuestra idiosincrasia nos hace distintos a los demás, esa riqueza invaluable describe nuestros rasgos espirituales y materiales; por lo tanto es pertinente consolidar nuestra cultura y nuestro folklor con inteligencia y con la calidad humana que nos distingue. Los aspectos culturales engloban modos de vida, valores y derechos fundamentales. Los coterráneos de la Región Caribe poseemos la cualidad de ser perceptibles, es fácil divisar nuestra presencia, que al mismo tiempo se hace referente si actuamos con inteligencia.
Como defensor en toda su extensión de la expresión de nuestra cultura musical y folclórica lamento mucho la situación que involucra al gran Silvestre Dangond, sin embargo, por ello no puedo descalificar las posiciones políticas y jurídicas que asomaron indiscutiblemente en virtud de la calidad del personaje; reclamo desde luego objetividad y ahínco en situaciones similares que pululan diariamente en cada rincón de nuestra patria.
No nos compete convertir este episodio en un escenario personificado por el antipático regionalismo, asumiendo que el desconocimiento y menos nuestra estructura cultural no nos eximen de responsabilidad; pese a ello el mal común no puede convertirse en beneficio para enaltecer la ambición individual.
Nuestro folklor tiene ejemplos de grandes artistas que llevados por la fama y el dinero han terminado en desgracia o encontrando el ocaso en plena fecundación musical; estoy absolutamente seguro que Silvestre Dangond aprendió la lección. Este capítulo debe cerrarse aclarando que – de ninguna manera- la caricia de los genitales a los niños y niñas no hace parte de nuestra cultura. De igual manera las agrupaciones de nuestro folklor deben comprender que su actividad laboral es profesional por consiguiente empresarial, las aglomeraciones en los entablados deben quedar reducidas al personal que conforman el grupo. Bien lo expresó mi colega en esta actividad, el doctor Romero Churio, no podemos seguir dejando en bandeja el onceavo mandamiento.
Nota: Luego de un periodo de receso nuevamente retomo esta actividad en la que está abierto un espacio para la reflexión y la contienda respetuosa y argumentada para generar opciones favorables. A todos mis apreciados lectores retribuyo escribiendo la gratitud, gracias por la paciencia y por preguntar las razones de la ausencia.
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