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Un decálogo de protección del lector

Dice el profesor Moisés Wasserman en su artículo de la semana pasada en el Tiempo, titulado el Decálogo de Sagan, que Carl Sagan, -científico que murió en 1.996, y que no conoció las redes sociales-  en su libro ‘El mundo y los demonios’ establece el método para detectar bulos (noticias falsas):

“Yo los introduciría como obligatorios en nuestros currículos. Una adaptación libre de sus argumentos es como sigue:

1) Para asumir un hecho como tal, conviene hacer un chequeo doble. A veces asumimos como hecho algo que nos cuentan, o que se repite, y resulta no ser más que humo.

2) Conviene debatir el asunto con un esquema casi jurídico en el cual se presente el caso como si quisiéramos convencer a un juez, ojalá analizando bien las fuentes.

3) Hay que evitar los argumentos de autoridad. Eso de aceptar algo ‘porque el maestro lo dijo’ tampoco funcionaba en el pasado.

4) Conviene plantear más de una hipótesis. A veces, así se da uno cuenta de que la que el bulo nos propone es solo una de muchas, no necesariamente la mejor.

5) No hay que enamorarse de las hipótesis propias, aunque sean ‘sexis’.

6) Cuando sea posible, hay que confrontar la afirmación cuantitativamente; sacar la calculadora. Muchos bulos se desinflan cuando uno comprueba que las cuentas no dan y que el cuento es simplemente absurdo.

7) Hay que tratar de revisar todos los eslabones en la argumentación lógica que lleva al bulo. Todos tienen que ser igualmente sólidos, basta que uno sea débil para que la cadena se rompa.

8) Uno debe preguntarse si hay alguna forma de que el cuento que nos echan pudiera comprobarse falso. Si no hay forma de hacerlo, habría que aceptarlo como un acto de fe, y esa es la primera señal de alerta para detectar el bulo.

9) En la medida de lo posible, usar la experimentación. No se trata de tener un laboratorio para todo, pero pequeños experimentos mentales pueden resaltar las inconsistencias.

10) Hay que recordar siempre la queridísima ‘navaja de Occam’ o principio de parsimonia. Esta fue propuesta ya en el siglo XIV por ese monje inteligentísimo y dice (más o menos) que siempre hay que escoger la solución más simple, la que le exija hacer menos supuestos gratuitos.

Siguiendo esas diez reglas, uno no se vuelve infalible, pero si puede evitar la mayoría de las trampas que llegan. Se volverá un retuiteador más cauteloso y respetuoso con las demás personas y con la verdad. Si Sagan hubiera vivido las redes, habría incluido una más: desconfiar de esa noticia que le produce un gran placer porque perjudica a quien usted odia y, por tanto, quisiera con toda el alma que fuera cierta”.

Ese decálogo debe ser un buen norte no solo en el ejercicio de la vida digital de información profusa y comunicación constante en que nos debatimos, con especial atención a estos tiempos de manipulación y chismes asociados a la salud, el ejercicio de los gobiernos y la radicalización política. Deben ser también importantes instrumentos para nuestra actividad periodística de respeto al lector; al que, a su vez, hacemos ver que no trague entero y analice los hechos de verdad desde diferentes perspectivas.

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