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Un camino sin fin

Laureth García Caro

Éramos felices… pues no éramos adinerados, mi esposa Lhea, una maravillosa mujer que me brindaba amor y, con mis dos hijos, Yorge y Lissa, vivíamos en un pueblo, porque hemos preferido el campo.

Trabajaba como agricultor, las cosechas eran buenas y abundantes. En mi pueblo, cada cinco años se tornaba en el Cielo un gran arcoíris, que duraba siete días, cuya leyenda contaba que si llagabas hasta él, encontrarías grandes riquezas.

Un día llegué a mi empleo y encontré la noticia, que el cultivo al que tanto le habíamos dedicado tiempo y esmero, fue quemado por vándalos, muchas hectáreas fueron destruidas, el jefe nos despidió. No le guardo rencor, no fue su culpa. Sólo por mi mente pasaba: ¿cómo alimentaré a mi familia? ¿Cómo voy a satisfacer las necesidades de mis hijos? Estaba casi al borde de la locura, hasta que recordé aquella leyenda. Si encuentro todo ese oro, mis problemas se acabarán. En cuanto llegué a mi casa le conté a mi esposa, ella me rogó que no me marchara, pero estaba decidido. Me despedí de mis hijos con mucho dolor y emprendí mi viaje. Comencé a buscar el encuentro con el arcoíris, sentía muy largo el camino, tanto que casi me rindo, pero me acordé de mis hijos y me fortalecía.

Cada día era más agotador, tenía que llegar antes que el arcoíris desapareciera… sediento, hambriento y sin fuerzas; como si el camino no tuviese fin. Al séptimo día, decaí y pensé que moriría, ya sin esperanzas, me tumbé a dormir o a morir. Al despertar, estaba a mi lado una anciana agradable, que me preguntó qué buscaba por, donde nadie se adentraba. Le hablé el arcoíris. Comenzó a reírse. Al preguntarle por qué se ría de mí, me respondió: – vas tras una loca búsqueda de riquezas, eso no existe. Esa leyenda fue creada para los avaros siguieran una búsqueda en la que no encontrarán nada.

Sonreí de mi ilusa idea, una vez estuve recuperado tomé el camino de regreso, pero esta vez tenía la certeza de encontrar un tesoro preciado en mi hogar. Cuando llegué mi mujer e hijos me recibieron con lágrimas de alegría y, con la grata noticia que mi patrón me esperaba con mi empleo. Comprendí entonces, que el dinero no llena la felicidad, sino una hermosa familia.    

Autor: Laureth García Caro – Institución Educativa Luis Rodríguez Valera, Los Venados, Valledupar

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