Se acercan las elecciones y necesitamos un alcalde que tenga el alma limpia, no que sea un santo, solo humano con ansias de ser íntegro; que ame a su pueblo con el mismo fervor con el que ama a sus hijos; que huya de los intereses torvos y mantenga a raya sus debilidades; que sepa que el poder que se le entrega es en calidad de préstamo, para que lo use sin desmesuras; que no haga promesas que no pueda cumplir; que respete el erario, manejándolo con guantes de seda; que sea consciente de que es capaz de administrar a la comunidad, y que tenga su ciudad o región en la cabeza.
Que en las mañanas, antes de la agotadora jornada, eche un vistazo a los sectores pobres y les diga que hay esperanzas; que sea capaz de dar un apretón de mano sincero, no de político, a un desvalido, con eso le transmitirá ánimo para seguir en la lucha sin la sensación de abandono, de soledad; que mientras hace el recorrido cuente huecos y desperfectos de calles, los anote y busque como arreglarlos; que entre en un trancón al medio día para que sienta con todos los conductores y peatones la angustia de un mal servicio de tránsito, con el bufido de cien mil motos y el afán de los del rebusque que limpian vidrios y hacen maromas y así pueda mediar para arreglarlo; que dedique un día para ir al ancianato, a la correccional de adolescentes, a los centros de rehabilitación, a la cárcel judicial, a ver que puede hacer por los que allí están o solamente a brindarles una sonrisa y un saludo franco.
Que no haga de su oficina una cueva inexpugnable custodiada por secretarias hoscas y áulicos oportunistas, que recuerde siempre que mucha gente lo busca porque creyó en él y lo necesita; que visite sorpresivamente las distintas oficinas de sus colaboradores, se tome un café con ellos y de paso se dé cuenta de si se necesita de él, de su mano enérgica y de su voz con carácter para decir no, o de su amabilidad para reconocer y agradecer un buen trabajo, de pronto se encuentra con algún sinvergüenza que entró pobre y se está volviendo rico, y no dudará en despedirlo.
Que recuerde que no es una figura de farándula que necesita salir en los medios cada semana, tampoco un ser misterioso que evite a los medios; que hable claro y con voz firme cuando lo critiquen, sin ofensas solo con la verdad y nada más que con la verdad.
Que apoye las obras sociales, las culturales, las ideas de los jóvenes, los sueños de los adultos; que se alegre de ser el conductor de su ciudad, la del cielo limpio, la de mil canciones, la de poetas y leyendas, la que lo necesita para crecer, para embellecer y para llevarlo a él a hacer parte de los grandes hombres de su historia.
Estas y muchas más cualidades debe tener el próximo alcalde de Valledupar, sí, que cada uno de los que aparecen aspirando se ponga la mano en el corazón y, en la soledad de su casa, se pregunte: ¿estoy capacitado para tamaño compromiso? Si no lo está que no se presente como candidato porque hay mucha gente que gusta de la mediocridad y puede votar por él y si llega a triunfar sufre la ciudad porque se sentirá malquerida, se llenará de desesperanza y el caos que está ahí, a las puertas, acechante, la devorará en cualquier momento.