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Un abuelo contador de historia

Por José Atuesta Mindiola


Cada vez que muere un abuelo se cierra una biblioteca. Este adagio lo confirma la muerte de Feliciano “Chano” Ayala Pretel, un abuelo de 86 años, que nació y vivió en Mariangola, y como hijo agradecido de su tierra,  conocía su historia y fue testigo  de sucesos importantes en el desarrollo del pueblo. Sus padres fueron Francisco Pretel de Valledupar y   Antonia Ayala  de Caracolí, hermana del juglar de la música vallenata, Eusebio Ayala.


Chano Ayala fue uno de los alumnos aventajados de Blas Orozco Monsalvo, quien llegó de Valledupar en 1940 a abrir la primera escuela a Mariangola.  El saber leer y escribir le facilitó su afición por escuchar y contar historias. En mi investigación para  el libro “Sabanas de Mariangola”, fue un pilar importante con su información sobre acontecimientos, leyendas y personajes del pueblo. Me contó con detalle, la abundancia a orillas del río de arbustos de varetas flexibles que los vaqueros usaban como fusta para los caballos y tenía  flores blancas con olor semejante a la azucena, llamado Mariangola. Y por esta planta se le dio el nombre al pueblo. Algo similar sucedió con el nombre del pueblo de Caracolí, por el árbol; lo mismo que el Copey, Pivijay y La Jagua, que son árboles.   


Todos los tres de febrero, Chano hacia la velación del Santico Hallao. Un santo que Camila Durán, la Abuela materna de la dinastía musical de los Granados, se encontró un tres de febrero de 1956,  mientras cortaba leña en un potrero y resolvió bautizarlo de esa manera; por muchos años le hizo la velación, le pidió a sus hijas que al morir se lo entregaran a él, por ser uno de los más fieles devotos.


En una ocasión, nos contó la existencia de una planta que en épocas de lluvia exhala una fragancia que perturba la mente, hasta el punto de que la persona se confunde y se pierde. A él, le sucedió, y otro personaje  veterano del monte, le dijo que el nombre de esa planta, era “Yateví”; y la  manera de contrarrestar los efectos de esa fragancia es gritar ante de entrar al monte ¡Yateví!  Es posible que algunos lectores duden de este episodio, pero a Chano le pasó. Son creencias. De mi madre yo aprendí que antes de entrar al monte, dijera: San Pablo por ser tan santo, Dios te hizo tan poderoso, líbranos de culebras y animales ponzoñosos (Para mí ha sido de positiva protección)    


Chano fue amigo de José María “Chema” Molina,  un experto curandero de mordeduras de serpientes que  rezaba a los niños enfermos con mal de ojos y adivinaba  donde estaban las cosas perdidas. Cierto día se le perdió la silla de un caballo, y buscó a Chema, y éste le dijo: “Esta en tal parte, se la cogió fulano; usted vaya a esa casa, salude, entre que no le va a pasar nada y coge la silla está en un rincón de la cocina y salga tranquilo”.


Gran parte de su vida trabajo en las haciendas cercanas. En ocasiones hacia sus parcelas, pero nunca adquirió propiedad. Sus últimos años fue celador del Centro de Salud, donde alcanzó a pensionarse. En mis frecuentes viajes a Mariangola, solía visitarlo y hablaba con la sabiduría de un viejo agradecido de Dios y de la vida, pero no dejaba de exponer sus preocupaciones por  las malas noticias que se repiten en el país: robos, secuestros, atracos y asesinatos.


Chano como un hombre de fe, soñaba con la paz  de Colombia. El pasado 16 de febrero, silencioso se despidió de la tierra, y siempre lo recordaremos porque su vida fue una epopeya de trabajo y un jardín de honestidad.

 

 

 
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