La violencia y la inseguridad en las ciudades es consecuencia del conflicto armado que desde muchos años viene azotando a nuestro país, generando desplazamientos masivos de campesinos hacia las ciudades; por eso hay que buscar caminos para el reconcilio y el final del conflicto armado.
Un columnista del periódico El Universal comentaba: “para hablar de las causas de la violencia de Cartagena hay que mirar a los Montes de María”. Y eso es una realidad evidente que afecta a todas las ciudades de Colombia. El desplazado deja su parcela, el cultivo, su esperanza; huye del miedo y la muerte, y llega a la ciudad con desolación e incertidumbre. En la ciudad es un extraño, un desempleado más que vive en difíciles condiciones; sus hijos son presa fácil de las tentaciones de la mafia del microtráfico, la trata de blancas y otras formas de delincuencia.
Para superar esta crítica situación de violencia, no es suficiente la presencia de la policía, aunque necesaria, dado que brinda una percepción de seguridad. El Estado debe implementar soluciones integrales que ofrezcan oportunidades de trabajo, además de la inclusión social en educación, actividades deportivas y artísticas, y fomento de la cultura ciudadana de prevención del consumo de drogas y de alcohol. Las estadísticas revelan que un gran porcentaje de los atracos y homicidios tienen relación con el consumo de vicios y la vida sibarita.
Dar vivienda es una ayuda en contra la pobreza, pero una familia desplazada con una casa en la ciudad, si no dispone de condiciones para generar ingresos que le permitan resolver las necesidades básicas de supervivencia, no vive en tranquilidad. El gobierno debe agilizar el cumplimiento de la Ley de restitución de tierra, garantizar la protección del programa de retorno al campo y mejorar la calidad de vida en las zonas rurales.
En esta Semana Santa, los colombianos debemos hacer una tregua para desterrar los pensamientos de guerra y humedecer el alma con la hostia del perdón. Aprender de los pájaros que nunca abren sus alas para desafiar el relámpago ni sus picos afilan la venganza, vuelven con sus cicatrices a buscar el fruto que les devuelve el canto.
Todos sabemos que es difícil olvidar la sangre y el dolor de tantas muertes; sin embargo, es importante no repetir las acciones atroces. Es el tiempo de la vida y de la paz. No más guerra, no más odio, no más muerte, no más emboscadas, no más territorios minados. El país reclama cese al fuego. Que las Farc y el gobierno continúen con las negociaciones para poner fin al conflicto. Que no sea un diálogo interminable. No más corrupción ni gobernantes ineptos. El compromiso de todos los colombianos debe ser la paz.
En los diálogos, las partes en conflicto tienen que ceder. La búsqueda de la paz es un compromiso constitucional. En este momento histórico le correspondió al presidente Juan Manuel Santos adelantar los procesos de diálogos con las Farc. La paz es una prioridad inaplazable en Colombia.