La patria es sagrada. Es la territorialidad que refrenda la identidad ciudadana. Es madre geográfica, terrenal y cultural, que desarrolla el perfil personal y colectivo. La patria, representada por el Estado, debe cumplir fielmente preceptos constitucionales como garantizar el derecho a la protección y al desarrollo de la vida en condiciones dignas, el derecho a la educación, al trabajo, a disfrutar de un ambiente sano, el derecho a la salud, a la recreación y el deporte, el derecho a la movilidad y a expresarse libremente, derecho a elegir y ser elegido.
El respeto por la Constitución, leyes, decretos y demás normas legales es un compromiso ciudadano; es una lógica natural, pero infortunadamente existe la incultura del desacato. Un alto porcentaje de los ciudadanos en Colombia aún no cumple a cabalidad con las normas establecidas; una de las razones que motivan este mal comportamiento es que muchos miembros activos del gobierno, que deberían ser ejemplo en obediencia y defensa de la legalidad, son los primeros en quebrantarla.
Tal parece que muchos ciudadanos vivieran sumergidos en la paradoja del triunfador, y consideran que la distancia más larga entre dos puntos es la línea recta, por eso sesgan la ruta, se diluyen en la sombra, bifurcan el camino, se salpican de légamo: su designio es llegar primero; no importa que las efímeras banderas flamantes de victorias se deslicen a insondables abismos.
El que quebranta las normas es un traidor de la vida y de la patria. Judas Iscariote es para los cristianos el símbolo de la traición, porque entregó a Jesucristo por unas monedas de plata. En la historia de Colombia, el nombre del presidente José Manuel Marroquín encabeza la lista de los traidores de la patria, porque durante su gobierno entregó Panamá en 1903, y ante la crítica de un periodista, respondió con cinismo: “En vez de criticarme, deben felicitarme, porque recibí un país y al final de mi mandato entrego dos”.
Los traidores de la patria son los que no cumplen a cabalidad con las funciones legales de su trabajo y quebrantan las normas de convivencia humana. No solo es traidor quien se apropia de los dineros públicos o viola los principios de economía y transparencia; también es el ciudadano que en la protesta social comete actos vandálicos en contra de los bienes públicos y privados.
El funcionario que no cumple con la ética del juramento de su trabajo es un traidor. El gobernante que patrocina la corrupción, que infringe sistemáticamente las leyes, que pone sus intereses particulares sobre los generales, es un traidor. Los que impiden que haya pluralidad ideológica y proyectan el cambio de la Constitución a su acomodo para eternizarse en el poder, son traidores de la patria.
Son traidores de la patria quienes se proclaman defensores de la justicia y de la paz, pero violan los principios fundamentales de la vida y cometen actos terroristas. Los que autorizan la desviación de los ríos, la tala indiscriminada de bosques, la contaminación del ambiente y participan de los negocios de la guerra, son traidores de la patria.
Son traidores de la patria y de la vida los que todavía piensan en las armas como única forma de reconstruir la democracia. La patria nos reclama acciones de amor, de vida y esperanza para convivir sin los delitos atroces de corrupción, desplazamientos, atracos, emboscadas, secuestros, torturas, asesinatos, bombardeos y reclutamiento de menores.
Por José Atuesta Mindiola