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Trabajo honorable. O riqueza facilista

El hombre afronta la realidad de trabajar desde su existencia misma. De ella es propio el esfuerzo, la fatiga, el cansancio, y, desde luego, el descanso.

Es innúmera la variedad de la laboriosidad humana. Y podemos decir que el hacer político es una de las formas de ella. Por tanto, también le cabe las connotaciones correlativas del título de esta columna, esto es, política honorable o política facilista.

El trabajo no es una pena o castigo, como equivocadamente ha llegado a ser considerado por alguna corriente de pensamiento pesimista. Porque el hombre está constituido para trabajar. Todo trabajo digna y amorosamente realizado es un signo del dominio del hombre sobre la creación; quién, en él, pone sus respectivos talentos, su disposición de ánimo, su visión simplemente terrenal o sus anhelos trascendentes de perdurabilidad.

En perspectiva cristiana, el trabajo honorable “es ocasión de desarrollo de la propia personalidad”. Este concepto es diferente de aquel otro concebido por la Corte Constitucional: “Libre desarrollo de la personalidad”, según el cual el individuo sería libérrimo para ser y hacer lo que su voluntad omnímoda desease que fuese o hiciese. Aquí el campo del relativismo filosófico y moral no tiene fronteras.

El primer concepto, estimula noblemente la convivencia con los otros; es fuente de recursos para la manutención de la propia familia; oportunidad de participación en la mejora de la sociedad y progreso de la comunidad global.

Éste, “desarrollo de la propia personalidad”, es el que es digno de respeto y estímulo y no su contrapartida, “libre desarrollo de la personalidad”, el que puede llegar a ser destructivo de la persona humana, pues no pocas veces es ocasión de degradaciones, corporales y espirituales. Por ejemplo: el empeño laboral en la adquisición de las llamadas riquezas facilistas, conocidas y reconocidas públicamente en los tiempos que corren.

Ahora bien, el trabajo no es solamente un medio de subsistencia y mejora del mundo, sino oportunidad de perfectibilidad humana, que en términos cristianos asumimos como santidad personal y en el trato con los demás.

En la actualidad nacional, los colombianos tenemos un trabajo en común: la construcción de la paz. La que debería ser honorable y no facilista. Ojalá. Ha de comenzar y continuar con los más cercanos.

Mi amigo, y pensador, Jorge Leyva Durán, la poetiza así: ¿quieres la paz en Colombia?/empieza por tu hogar./¿quieres la paz de tu familia?/vívela en tu corazón./¿quieres la paz de tu alma?/prueba hablar con Dios.

NOTA: si visitas a Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor.

 

 

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