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Trabajadores informales: Nuevos esclavos

Por: Imelda Daza Cotes

El tema del desempleo es inagotable; afecta a demasiada gente, es dramático en todos los casos y cruel cuando no existe protección legal, es decir, cuando los desocupados carecen de subsidios y de toda forma de protección social. Los analistas que intentan esconder esas incómodas realidades se afanan por encontrar palabras que disfracen los fenómenos. Hablan entonces de subempleo, subocupación, desempleo disfrazado para referirse a la carencia de empleo decente, reglamentado y organizado; la economía informal la describen como el conjunto de actividades no reguladas y la economía sumergida como el sector productivo que evade las exigencias tributarias. Son los eufemismos de quienes pretenden hacerle el quite a una realidad que golpea a millones de personas que carecen de una ocupación digna que les permita obtener un salario regular y suficiente para atender sus gastos. Son los pobres de todas partes. De ellos se habla mucho y se escribe de sobra, pero se hace poco por resolver su problema.

La falta de un trabajo, de un empleo, es decir, de una fuente de ingresos segura y estable ha lanzado en Colombia a cientos de miles de desocupados a las calles de las ciudades grandes, medianas y pequeñas. Los economistas los llaman TRABAJADORES INFORMALES INVOLUNTARIOS para diferenciarlos de los trabajadores informales voluntarios que son las personas que, sin ser profesionales, trabajan por cuenta propia, de manera regular y lo hacen porque les resulta más rentable o más cómodo que emplearse como asalariados dependientes de un patrón

Los trabajadores informales e involuntarios han inundado todos los espacios urbanos. En ciudades como Bogotá es posible comprar de todo mientras se camina por sus calles. Niños, niñas, jóvenes de todas las edades, mujeres y hombres de todas las edades, también ancianos, ofrecen al transeúnte desde muebles hasta remedios milagrosos contra todos los males. Son variados los servicios de peluqueros, lustrabotas, maleteros, jardineros, adivinos, brujos, amén de los malabaristas, mimos y payasos. Realmente conmueve el esfuerzo que hacen por convencer. Si uno les presta atención y les escucha la retahíla de argumentos que esgrimen termina admirándoles la tenacidad y el coraje. Pero duele ver en sus rostros la desesperación por lograr unas monedas

En Valledupar ocurre más o menos lo mismo. También en sus calles pululan los trabajadores informales. Montones de jóvenes en edad escolar corren sudorosos persiguiendo a un posible comprador de discos, de lápices, de adornos, de lo que sea, ofrecen de todo. Es posible que quienes han vivido allí siempre y han visto agudizarse el fenómeno del desempleo y la explosión de la venta callejera y de los mototaxis, se hayan acostumbrado a todo eso, pero para quien ha estado ausente y de repente se tropieza con el fenómeno, el impacto es brutal. Golpea duro. Duele suponer las frustraciones de tantos muchachos y muchachas a los que se les ha negado el legítimo derecho a ser jóvenes, a disfrutar de su tiempo libre, a estudiar hasta donde su interés lo lleve y sobre todo a labrarse un futuro seguro. ¿De dónde sacarán fuerzas para persistir?.

Este ejército de vendedores callejeros es reflejo claro de la crisis económica del país. No se puede ocultar porque golpea a la cara. El desempleo es enorme, es escandaloso, es alarmante pero no alarma. El trabajo informal se ha constituido en una nueva forma de esclavitud. Quienes así laboran carecen de protección legal y formal, de horario, de salario fijo, de estabilidad, su productividad es baja, su capacidad de negociación es nula y en muchos casos carecen de voceros, así como de cobertura en salud, seguros, prestaciones, aportes para jubilación. La proporción de mujeres jóvenes en el trabajo informal es desmesurada y los jóvenes, en general, están sobre-representados.

El trabajo decente y formal debería constituir la esencia de la Prosperidad Democrática que ha prometido el nuevo gobierno. Hay que permanecer atentos a la promesa del par de millones de empleos. ¿Será posible?. Difícil esperarlo en un país donde buena parte de los ingresos van a la guerra y casi nada a la paz.

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