Dos hechos que horrorizan: el derribamiento de las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 y el derrocamiento del presidente chileno, Salvador Allende, suceso registrado hace medio siglo, también un 11 de septiembre, pero de 1973, lo que refrenda el pensamiento de Carlos Onetti: Las desgracias sólo sirven para marcar fechas.
Con ocasión de los 30 años del golpe de estado fraguado por el general Augusto Pinochet, hecho espeluznante de ingrata recordación, el presidente de Chile, Ricardo Lagos, dio un discurso llamado ‘No hay mañana sin ayer’, donde se pregunta: ¿por qué como sociedad fracasamos con el quiebre de nuestra democracia?, como si la prosperidad económica de una nación pudiera justificarse con desapariciones, torturas y masacres.
El desconocimiento, la indiferencia y la ambivalencia se han sobrepuesto al debate público, hasta una impunidad biológica, premisa que está contenida en el primer análisis científico de Hugo Rojas, doctorado en Sociología de la Universidad de Oxford y profesor de derechos humanos de la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago.
Dividido, crispado, polarizado: esos son algunos de los adjetivos que se escuchan en Chile para describir el clima político del 11 de septiembre, cuando el país marca 50 años (medio siglo) del golpe militar que derrocó a Salvador Allende.
Una álgida sesión del congreso chileno en que la derecha y la ultraderecha apoyaron la declaración parlamentaria que hace cinco décadas, pocos días antes de su derrocamiento y muerte, acusó a Allende de quebrar el orden constitucional.
Mientras hacían pública su adhesión, representantes de la izquierda y el oficialismo dejaron la sala o mostraron fotos de personas desaparecidas en dictadura, y pidieron “justicia, verdad, no a la impunidad”, mientras que hoy las redes sociales reflejan el gran abismo que separa a quienes justifican el golpe liderado por Augusto Pinochet de sus detractores y las miles de víctimas de su cruel accionar.
Lamentablemente esta conmemoración no está siendo aprovechada como un momento propicio para reflexionar sobre dolores, aprendizajes, lecciones, recomendaciones y propuestas para el futuro chileno, en buena parte por desconocimiento, diferente a Alemania, donde la guerra sirvió para reflexionar sobre el sentido de la culpa, que lo que había sucedido no era sólo obra de los nazis, sino que había algo que abarcaba a toda la sociedad.
Sudáfrica también le pone ejemplo a los chilenos, donde se asume el tema del Aparthey (discriminación racial), como un asunto público, no privado, se visibiliza y se brindan incentivos para romper los pactos de silencio cómplice que rondan a Chile, un país dividido entre quienes asignan importancia a los derechos humanos, los que prefieren no conversar, y aquellos que lamentablemente justifican las atrocidades de la dictadura de Pinochet, a quien hizo encarcelar en Inglaterra el juez de jueces español, Baltazar Garzón, por tortura de españoles en Chile.
Por Miguel Aroca Yepes.