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Tolerancia

Jesús va de camino a Jerusalén. Han pasado tantas cosas, tantos milagros, tantos discursos públicos y privados, tantas enseñanzas… Sus discípulos le acompañan habiendo sido advertidos de que en la ciudad santa el Mesías debía padecer, pero esperando hasta el último momento que aquella fatal premonición no fuese más que lenguaje figurado. Caminan juntos y tal vez hablan de todo un poco. Por fin llegan a un poblado de la región de Samaría al caer la noche y quieren pernoctar allí pero, sabiendo a dónde se dirigen, los residentes se niegan a aceptarlos como huéspedes. La rivalidad histórica y el odio visceral que se profesaban mutuamente judíos y samaritanos hacía que ni siquiera se dirigieran la palabra.

Santiago y Juan se indignan: ¿Cómo puede alguien no recibir al Maestro? ¿Acaso no saben de quien se trata? ¡Merecen la condena! “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que los consuma?” No culpo a los entusiastas pirómanos, si yo tuviera el poder de hacer lo mismo habría más de uno “achicharrado”. Pero no es eso lo que enseña Jesús, que se vuelve y los reprende.

La humanidad está dividida y cada día se abren nuevas brechas y se construyen nuevos muros. Gran Bretaña decidió segregarse de la Unión Europea, los grupos de izquierda y de derecha se detestan entre sí, las grandes potencias mundiales se muestran los dientes mientras exhiben su arsenal y presumen de su poderío militar, incluso la “tierra santa” está fracturada no sólo por las ideologías, sino por un infame muro que divide a quienes son declarados enemigos. En nuestro país, desde el ámbito nacional hasta la más pequeña de las veredas, los que se dicen líderes promueven la violencia verbal y hasta física en contra de quienes no piensan como ellos. No se trata de la búsqueda del bien común sino del deseo de poder y beneficio particular. En su posesión de la autoridad o en su desespero por no tenerla, arrastran consigo a un pueblo ignorante, hambriento sólo de pan y circo, un pueblo sin memoria que hace mucho renunció a la razón…

Y mientras el mundo se cae a pedazos y nuestras ciudades se consumen en la inseguridad, los robos, los asesinatos, las pésimas administraciones públicas y la falta de condiciones básicas para la vida humana moderna, seguimos pegados al celular consumiendo toda clase de “pendejadas” que se publican en las redes sociales. ¡Carajo! ¡Ojalá tuviera yo el poder de hacer bajar fuego del cielo para chamuscar a más de uno..! ¡Perdón! Me alteré. Eso no fue lo que enseñó Jesús. Feliz domingo.

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