El dolor de la pérdida de su abuela y los quebrantos de su mamá, llevaron a Armando José Ruiz Nieto a partir de su tierra natal Chiriguaná hacia Valledupar buscando otros horizontes para ayudar a su familia.
Antes, había tenido la oportunidad de conocer la capital del Cesar porque doña Gilma Nieto Barrios, su progenitora, lo envió con 400 pesos para que viera por primera vez a su padre Justo Ruiz Camargo, quien se había separado de ellos cuando Armando apenas estaba en el vientre de su mamá. La escena más que conmovedora y llena de resentimientos por muchas preguntas sin respuestas, lo llevó a gastarse la mitad del dinero en la compra de una parcela en la invasión Rojas Pinilla, actual barrio los Fundadores.
“Un día llegué a su casa para mirarle a la cara en la plaza San Martín y saber por qué nos dejó, él quiso hablar conmigo pero como yo nunca perdoné lo que le hizo a mi mamá, entonces no quise quedarme más. Decidí irme y fue cuando me encontré con la idea de comprar ese lote, aún no sabía para qué”, afirmó.
Pero el 13 de febrero de 1970 entendió la razón, debido a que ese día se vio obligado a regresar a Valledupar y le sirvió tener ese terreno. Empezó a trabajar en la construcción del edificio ‘Cinco Esquinas’, dónde le dieron unos elementos como láminas y tablas con los que encerró su mejora. Lugar donde después vivió con su mamá y sus dos hermanas.
“Recuerdo que mi mamá vendía almojábanas y yo rellenas, me iba para el teatro San Jorge para venderlas después del trabajo. Todo era para sobrevivir, luego murió mi hermana y al año la otra. Sólo quedamos mi mamá y yo, pese a que tuvo nueve hijos ellos no vivían con nosotros”, agregó.
Pero después de un tiempo, doña Ligia falleció. Eso le causó un dolor profundo a Armando, pero como el ave Fénix, salió de las cenizas y alzó su vuelo al retomar su vida. Comenzó a trabajar en la carnicería, oficio que aún conserva en el mercado público de Valledupar.
Mientras jugaba fútbol, concretó un penal con tanta fuerza que hasta el arquero cayó dentro del arco. En la tribuna le gritaron ‘Tolamba’ y el público le siguió diciendo así. Ahora a sus 67 años, muy pocos lo conocen como Armando, su verdadero nombre, debido a que todos lo llaman cariñosamente así.
El fútbol, una pasión
En 1991, ‘Tolamba’ realizó su primer campeonato. Lo hizo en el Megacolegio cerca de Villa Taxi. Sin proponérselo, un día quedó como el organizador del torneo de ese sector.
“Un señor quedó mal en el campeonato, no dio la premiación, por eso dije que yo lo hacía y desde que inicié nunca he quedado mal. Recuerdo que comencé con seis equipos, al siguiente año llegaron 12, luego 24 y ahora mantengo los 26, es una satisfacción para mí llenarle la vida de deporte y alegría a varias generaciones”, manifestó.
Un año permaneció en Villa Taxi porque uno de los miembros de la Junta de Acción Comunal de ese barrio le dijo que tenía que comprar una motobomba para seguir allí. “Pero yo le dije que era peligroso porque al regar a mediodía agua, salía el vapor y eso era perjudicial para los jugadores y por eso me pidió que me fuera. Luego recibí esta cancha del Francisco Paula y tenía mucha maleza, pero poco a poco con mis recursos la fui arreglando hasta que quedó como la necesitábamos”.
‘Tolamba’ se siente feliz porque está rodeado del cariño de la gente que vive por el sector y de la que llega a jugar en ese escenario. Dos veces ha querido irse para descansar, pero las mismas personas lo convencen para que no se vaya.
“Es que esto lo he hecho por muchos años, todos los domingos estoy aquí desde las 7:00 de la mañana y llego a mi casa a las 7:00 de la noche, nunca he abandonado esto. Entonces también es esclavitud”, argumentó.
Al flamante epicentro de muchas historias y anécdotas nunca ha llegado nadie del Gobierno Municipal para ayudarlo. Dice que el único que llega por esa zona es Álvaro Cordero Ditta, ahora concejal de Valledupar. Por eso el torneo ya no se llama Copa la Amistad, si no que tiene el nombre ese benefactor, “él me ayuda en lo que necesito, me ha regalado uniformes para darle a los equipos que no tienen. Siento que el deporte de los barrios, el recreativo ha sido olvidado por los dirigentes, por eso le hice ese homenaje”.
Mientras hablaba, ‘Tolamba’ miraba hacia la cancha que un día encontró llena de maleza. Al ver el cambio y contar su historia, reflexionó sobre los años que no pasan en vano. ¿Quién hará mi función cuando no esté? se preguntaba en silencio mientras pasaba un pequeño por el lugar y lo saludaba por su apodo con mucho cariño. Después de eso soltó una carcajada con el buen humor que lo caracteriza, asentando en señal de satisfacción por haber escrito su nombre en la vida de muchas personas.
Por Tatiana Orozco Mazzilli
Tatiana.orozco@elpilon.com.co