Por: Jairo Mejía
Martín Luther King pronunció quizás el más célebre discurso un 23 de agosto de 1963 en el Lincoln Memorial, en Washington, ante aproximadamente unas doscientas cincuenta mil personas. En dicho discurso articuló de manera calculada una serie de pasajes bíblicos, pues como bien era sabido era un gran líder de su iglesia, contempló, de igual forma, pasajes del himno nacional de los Estados Unidos, de la Constitución Nacional e incluso algunas ideas de Shakespeare. Ese discurso es ahora conocido como “tengo un sueño”.
Leer el discurso de Luther King es maravilloso, pero escucharlo es extremadamente emotivo, es de aquellos momentos en la vida en que la piel se eriza acompañando a un hombre, sin conocerlo, que se pronunció en nombre de los negros, que alzó su voz sin temblar y sin temor ante el gobierno de los Estados Unidos cobrando, como bien él lo dice, las promesas estipuladas en el pagaré suscrito por los arquitectos de la república cuando se comprometieron en la Constitución y en la Declaración de la Independencia, que a todos los hombres sin distinción de raza, credo, religión o condición social se les garantizarían los innegables derechos a la vida, a la libertad y a la felicidad.
Aunque el discurso en sí es una proclama a la defensa de los derechos de los negros, no puede obviarse la esencia de cada una de las reclamaciones que hoy cualquiera pudiera hacer en nuestros días, implorando justicia e igualdad sin distinción alguna. Y no solamente es Estados Unidos, es toda América, es todo el mundo en la que a pesar del pasar de los años aún se hunde en la indiferencia e injusticia.
Luther King hoy nos recuerda la falta de verdaderos líderes que alcen las voces en contra del sistema, en contra de la inequidad, en contra de la apatía, en contra del respeto del hombre para con el hombre. Somos seres que nos jactamos de criticar y muchas veces nuestras conciencias carcomidas por el odio, el rencor y la envidia no nos permite caminar juntos hacia adelante y preferimos, aunque no debamos, caminar solos. A veces, no se trata de gritar o de trinar, hoy en nuestros tiempos, muchas veces, incluso, el silencio enseña, orienta y dice más que mil palabras.
Ahora, resulta que muchos creen que gritando mientras escriben se les puede escuchar, o peor aún, que lo que escriben es la absoluta verdad y solo ellos tienen la razón. Cuan equivocados están. Ojalá supieran siquiera que los cuatro más grandes líderes y maestros que ha tenido la historia de la humanidad tenían un detalle en común, un patrón llamativo, jamás escribieron. Buda, Confucio, Sócrates y Jesús. Por eso, más bien, se debe insistir en reunir a las masas y enseñarles a través del diálogo, hablando cara a cara. Pero, esto sería otro problema, la intolerancia.
Aludiendo algunos fragmentos que componen el discurso que he referido, comparto lo que manifiesta el orador cuando dice que aunque enfrentemos las dificultades de hoy y de mañana, todos tenemos un sueño, el sueño de que un día esta Nación se elevará y vivirá el verdadero significado de sus creencias: “Sostenemos esas verdades que son evidentes en donde todos los hombres son creados sin diferencia alguna”.
Tenemos el sueño de que el color de la gente no sea motivo de burlas y mucho menos de odio o animadversión, que si se le ha de criticar a alguien, cuestionar o juzgar sea por la conducta de su carácter y no por el color de la piel como se hace irrespetando a nuestros mandatarios. Todos tenemos el sueño de que algún día podamos entrelazar nuestras manos como hermanos. Así, como nos une hoy la incertidumbre por la pérdida de unos Juegos en nuestro país, ojalá nos unamos siempre para afrontar la desidia de amor al prójimo que nos ahoga y prosperar solidariamente.
Todos tenemos el sueño, utilizando las palabras de Martin Luther King, de que un día cada valle se elevará, cada colina y montaña descenderá, los lugares escarpados se convertirán en llanuras, los lugares sinuosos se alisarán y se revelará la gloria del Señor y todos los mortales podrán verlo. Esta es nuestra esperanza, esta es la fe con la cual debemos andar unidos todos, porque con ella seremos capaces de moldear las montañas de la desesperación y convertirlas en una roca de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar la irritante discordia de nuestro pueblo en una hermosa sinfonía de hermandad, con esta fe, seremos capaces de trabajar juntos; de jugar juntos; de luchar juntos; de defender la libertad juntos sabiendo que un día seremos libres.