La manera de hacer las cosas siempre será importante. Los procedimientos, los pasos a seguir para realizar algo, para terminar algo, son clave. En política no es la excepción. Existen tradiciones, formas de celebrar eventos relevantes, de llevar a cabo ceremoniales cuyos símbolos hacen parte de la identidad nacional. Ser presidente de Colombia, por el contrario, genera unos compromisos frente a los que el respeto por las formas no depende de la mera liberalidad del gobernante de turno sino de la aceptación de tradiciones relevantes para nuestra historia, para nuestra vida republicana.
Aunque los recuerdos que tengo del paso de Petro por la Alcaldía de Bogotá hace unos 10 años sólo traen a mi memoria errores y desaguisados, recuerdo bien que en varias oportunidades y con diferentes personalidades, Petro quedó mal. O no llegó, o llegó muy tarde. Las formas no son importantes para este señor.
Lo vimos muy claramente el 7 de agosto, cuando el protocolo se rompió durante la ceremonia de posesión en mínimo dos momentos: al exigir traer la espada de Bolívar a la plaza de Bolívar, suspendiendo dicho evento por 15 minutos, y un poco antes, cuando quien impuso la banda presidencial al nuevo mandatario de los colombianos no fue Roy Barreras en calidad de presidente del Congreso, sino María José Pizarro, actual senadora del Pacto Histórico, hija del asesinado líder del M-19, Carlos Pizarro León-Gómez. Sea como sea y piense como piense, tampoco hubiese querido que Roy me impusiera tal banda; pero la Pizarro tampoco. En fin, el protocolo dice que quien ostente la calidad de presidente del Congreso es quien impone la banda y toma el juramento, nadie más. Y luego, en la ceremonia de toma de posesión de algunos de sus ministros, se vio el desorden del Pacto Histórico. Señores, no todo se resuelve como si se estuviera negociando un kilo de naranjas en la plaza de mercado. Fue increíble ver, en vivo y en directo, cómo ni Petro ni Mauricio Lizcano, y mucho menos los nuevos ministros, sabían siquiera dónde debían estampar sus firmas en los decretos para asumir sus cargos.
Haber dejado plantadas a algunas de las personas que lo esperaban para posesionarse como ministros de su propio gobierno, así como a los militares y sus familias, no es más sino un escupitajo vil y certero a la institucionalidad. Igual pasó con 800 alcaldes de todo el país, muchos de los cuales viajaron desde muy lejos para verlo. Seguramente a Petro le incomoda participar de ceremonias militares, no lo juzgo por eso. Finalmente los cañones que escucha en cada una de ellas son los mismos que lo persiguieron en sus años mozos. Pero ahora es presidente y debe rectificar esa conducta errática. El mensaje es claro: el presidente actual hace lo que le viene en gana, pisotea las tradiciones que no le gustan, afecta los procesos que le incomodan, está por encima del bien y del mal. Sabemos, desde hace años, de su terquedad y de su deseo constante por sentirse superior al resto. Pero no resulta adecuado, a mi manera de ver las cosas, que al llegar a la Casa de Nariño ejerza el poder desde esa perspectiva que en nada le aporta a Colombia.
Y como bien lo dice el dicho, “… desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo.” ¿Qué nos espera entonces?
Como pueblo, como constituyente primario, invito a todos mis conciudadanos y a los medios de comunicación a ejercer presión y a exigir, de buena manera, que las formas y tradiciones que nos han acompañado por más de dos siglos se honren y respeten. Si nosotros no defendemos la identidad que nos hace colombianos, a nuestras ceremonias, tradiciones y símbolos, nadie lo hará.
El nuevo gobierno no debe pisotear nuestra historia, no debe negarse a respetar las buenas maneras de hacer política. Preocupa que el mensaje que quiera enviar a la opinión pública sea que “… todo les vale madre”, como diría una extraordinaria mujer que tengo a mi lado todo el tiempo.
Luchemos por eso, exijamos respeto. ¡Primero Colombia, nuestra identidad republicana y nuestras costumbres!
Amanecerá y veremos…