En nombre del verbo volvamos al verso,
abracémonos y hagamos corrección,
reconciliándonos corazón a corazón,
aproximándonos al Creador de los días,
reviviéndonos y transcendiendo,
hacia esa paz fraterna que nos alienta
y alimenta, basada en la ley del amor,
y revisada por la palabra exacta,
que es la que nos eleva y engrandece,
que es la que nos une y reúne con Jesús,
que es la que nos hace alzar la vista.
Hágase, pues, la luz en todos nosotros,
activemos los deseos de amar,
repudiemos la violencia aberrante,
cultivemos la rosa que llevamos dentro,
sembremos sin cesar entusiasmo,
practiquemos el espíritu de las olas,
forjemos lo armónico como pasaje,
concibamos el deber de respetarnos,
de colaborar en los instantes precisos,
cooperando entre sí, auxiliando siempre,
así, vinculados, se multiplica la bondad.
Porque la vida es para vivirla amándonos,
abrigados por la esperanza del ser,
protegidos por ese Cristo que nos abraza,
que está vivo y nos desea vivos,
que mora en cada rincón nuestro,
en positivo eternamente, reforzándonos
en la vereda de los sueños, perseverando,
pues ante las ganas de vivir, coexistamos,
y jamás dejemos que nadie nos arranque,
la sonrisa de florecer en el camino,
y de fructificar como peregrino de bien.
Nuestra existencia es nuestra y de Dios,
nuestros andares son nuestros y del Padre,
la quietud es una conversión del alma,
un desafío de nuestras habitaciones,
una morada que enamora y se propaga.
Hagamos propósito de enmienda,
proyectémonos con mansedumbre,
activemos la pasión de compadecernos,
como el Redentor lo hizo a su paso por aquí,
que cada cual consigo lo tome como nexo,
y ante los ojos del mundo, sea el modelo.