Esa es la columna que hace unas semanas escribió el reconocido profesor Moisés Wasserman en El Tiempo, que siguiendo nuestra pesquisa de las buenas ideas expuestas en esta época, nos permitimos citar para la consideración de nuestros lectores en estos periodos de reflexión.
“En una época no lejana, el periodista y el columnista tenían un acceso privilegiado a la gente; eran formadores de opinión pública. No hay medio informativo serio que no tenga un manual con normas éticas estrictas que limitan ese privilegio de informar asegurando (en lo posible) veracidad, rigor en las fuentes y benevolencia. Hoy, la función de información y formación de opinión se ha trasladado en buena medida a las redes sociales. Ese hecho amplió el derecho de las personas a opinar (lo que es muy positivo), pero no les trasladó el manual de ética. La opinión quedó como un derecho que perdió su imagen especular, que es la de un deber.
Hace unos días, tras leer la noticia en la prensa internacional, escribí en Twitter que si el Reino Unido iba a vacunar a la reina Isabel y al gabinete de Johnson, y en Estados Unidos iban a vacunarse públicamente Biden, Clinton, Obama y Bush, los colombianos podíamos vacunarnos con tranquilidad. Lo escribí preocupado por las encuestas que mostraban que un 40 por ciento de las personas no quieren vacunarse.
Recibí algunas respuestas que merecerían ser investigadas por psicólogos sociales. Una de las primeras decía que ese era el plan del “genocida” Bill Gates, que les inyectaría microchips y ganaría dominio mundial sometiendo a su voluntad a tamaños personajes. Exploré un poco más en la red, y esa teoría conspiratoria tiene más capítulos: que el laboratorio de Wuhan pertenece a Glaxo y que Pfizer es dueño de Glaxo y Gates tiene acciones de Pfizer y eso explica la emergencia del virus en Wuhan. Absolutamente delirante generando conexiones imaginarias, pero todo expresado como una sólida opinión”
Concluye el profesor Wasserman recordando que los hechos cuando son ciertos también suelen estar revestidos de la autoridad de quien a un círculo público y amplio los recuerda o informa:
“El derecho a la opinión es indiscutible y universal, pero me pregunto si no conlleva alguna responsabilidad. Yo no recomendaría hacerle caso, por ejemplo, a un industrial que opine que la materia no está compuesta por átomos, sino por los elementos: aire, fuego, agua y tierra. Tampoco recomendaría a un médico que opine que su enfermedad la causa la bilis negra y debe tratarla con sangrías. Esas opiniones son inválidas porque no están soportadas por hechos ciertos”.