Por: José Félix Lafaurie Rivera*
@jflafaurie
La decisión “política” de las FARC, de liberar a los últimos 10 uniformados que mantenía secuestrados, para presionar nuevos diálogos de paz, es otro golpe de audacia de los mismos que siguen creyendo que el país debe arrodillarse nuevamente frente a la barbarie. El descrédito de las negociaciones, el repudio a la violencia que sembraron y su falso discurso social, sumadas a la debilidad estructural que acusa –tras una década de derrotas militares– no deja a las FARC o al ELN en posición hacer demandas. La pregunta es ¿por qué si este panorama es claro, se insiste en lanzar un salvavidas al principal e histórico victimario de nuestra sociedad, mientras se pregona el “tiempo de las víctimas”?.
Estamos a “tiro de as” de ganar esta guerra, al tenor de una política robusta de seguridad y de unas fuerzas armadas fortalecidas. Nunca, como ahora, habíamos tenido razones para la esperanza de la paz sin sacrificar una historia de crímenes de guerra, que reclaman justicia de parte de miles de víctimas; las ausentes y aquellas otras que impotentes frente a su destino, no tienen más remedio que aceptar su fatalidad. Podemos avistar un claro vencedor y un vencido. Es la enorme diferencia con el pasado. Entonces ¿por qué claudicar en el empeño de derrotar la criminalidad?
No vemos válido, en consecuencia, el discurso de la “llave de la paz” y, mucho menos, el desacertado acto legislativo de justicia transicional que cursa en el Congreso. Una discusión anticipada que ya les vale el derecho de exigir –a cambio de la liberación de los secuestrados y sin respeto a sus víctimas– su participación en el trámite, para erigir un remedo de justicia al nivel de sus aspiraciones. Sería tanto como consagrar para los victimarios, en agradecimiento por la noche de terror que sembraron en el país, el premio mayor del indulto y su entrada desvergonzada en el escenario político.
Es este un país de emociones y corta memoria. También lo es de esa seudo cultura mafiosa del “corone”, en la que el esfuerzo se remplaza por el golpe de audacia, con la que el narcotráfico hace sus grandes fortunas. Queremos la paz, quien no la quiere, pero la queremos sin terminar de hacer la tarea de derrotarlos.
¿A qué jugamos? ¿Ya olvidamos las tomas de Patascoy o Las Delicias, la masacre de los diputados, el bombazo en el Club el Nogal, la destrucción y la ruina de tantos pueblos a punta de cilindros-bomba o los miles de víctimas de minas antipersonal? ¿Vamos a hacer borrón y cuenta nueva con los delitos de lesa humanidad cometidos por las FARC o ELN? ¿Qué les decimos a los militares que vieron consumir media vida en la manigua? ¿Qué les decimos a las víctimas?
La historia dirá que jamás hubo honestidad con los propósitos pacifistas. Eso lo sabe la inmensa mayoría de colombianos que no está dispuesto a sacrificar “parte de justicia” para negociar la paz. Se impone el respeto para los héroes que regresaron a la libertad y para los 27 que fueron inmolados y que conocieron la maldad y la bajeza humanas y merecen que su sacrificio y valentía sean honradas.
Se impone que en el tiempo de las víctimas, –cuando se han activado políticas claves– retornen también los civiles secuestrados y que el gobierno garantice la “no repetición”. Volver a descender al infierno de los diálogos, es tanto como decir que la historia, la de ellos y la de Colombia, se repetirá. El exitoso pulso de la estrategia militar, que invirtió diametralmente la relación de fuerzas, nos dice que es el tiempo para la rendición de las guerrillas. Las víctimas tienen derecho a presenciar el desplome de sus victimarios.
*Presidente Ejecutivo de FEDEGÁN