“Te daré los tesoros escondidos y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy tu Dios, que te pongo nombre” (Isaías 45,3).
La historia de la vida es la narración del asalto largo y brutal lanzado contra nosotros por aquel ladrón que vino a robar, matar y destruir. Si no somos conscientes de esa realidad, gran parte de los eventos ocurridos perderían sentido.
La oferta del Señor consiste en enderezar los lugares torcidos y darnos los tesoros escondidos. Para ello, deberá primero sacar los secretos muy guardados de nuestro corazón: ocultos por las tinieblas, inmovilizados, retenidos en lugares secretos, haciéndonos sentir como rehenes, prisioneros de guerra. De hecho, tenemos un enemigo que está tratando de robar la libertad, matar las aspiraciones y destruir la vida. Muy poca gente es consciente de esta situación sin preguntarse por qué están bajo fuego enemigo; todo lo que saben es que no disfrutan de la vida abundante que Jesús prometió.
Debido a la cantidad de acusaciones que recibimos, se nos hace muy difícil creer y aceptar que nuestro corazón es bueno y que somos importantes para Dios, conforme con el anuncio del profeta Ezequiel, de que Dios nos daría un corazón nuevo. Aceptamos con facilidad la derrota y nos creemos la mentira que ‘el hacer’ se convierte en ‘el ser’. Es triste reconocerlo, pero, “no hay cuña que más ajuste que la del mismo palo”; muchas de esas acusaciones van a ser formuladas por familiares y personas cercanas; estas vendrán desde cualquier lugar, así que debemos tener cuidado con los acuerdos que hacemos y las cosas que aceptamos. Cuando hacemos acuerdos con fuerzas del mal que nos sugieren algunas cosas, les otorgamos una especie de permiso y nos colocamos bajo su influencia.
Los enemigos de nuestras almas, huelen las heridas, y vienen para destrozarnos; es indispensable confiar en Dios y cuidar nuestras elecciones para evitar tener lugares de derrota en nuestra vida y acumular tesoros escondidos y secretos muy guardados en la oscuridad. Uno de esos secretos que debemos sacar es el espíritu religioso; atenta contra la verdadera fe, ha convertido el discipulado cristiano en un ejercicio de principios que mata el alma. La mayor parte de las personas no saben que pueden caminar con Dios y escuchar su voz. Esa religiosidad hipócrita ha puesto un estigma, nos ha robado la posibilidad de ser sanados; así que, nos sentamos en las bancas de la iglesia como personas quebrantadas, sintiéndonos culpables porque no podemos vivir la vida que se supone que debemos vivir. ¡Es tiempo de libertad, es ahora que Dios quiere entregarnos tesoros y secretos que fluyen de su mismo corazón!
Queridos amigos: si queremos la vida y la libertad que Jesús nos ofrece, entonces tenemos que alejarnos de la indiferencia y restaurar la imagen de Dios en nosotros. Es menester abrir los tesoros escondidos y los secretos muy guardados de nuestro corazón y permitir que la gracia del Señor ilumine y saquen a la luz todo aquello que él mismo compró para nosotros en la Cruz, teniendo como hilo conductor el principio de reconocer que Dios es nuestro Rey soberano en quien podemos confiar. ¡Adelante! Fuerte abrazo y muchas bendiciones…