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Terrorismo

Pocos países en el mundo presentan las características de la historia política de Colombia. Por múltiples factores el nuestro ha sido un país violento, que tiene unos movimientos de izquierda y alzados en armas que llevan décadas en el monte sin ninguna posibilidad de llegar al poder, pero con un relativo poder de perturbación.
En los últimos días, en veinticuatro horas para ser exactos, las FARC han protagonizado una serie de hechos violentos, atentados contra la fuerza pública en particular contra la Policía Nacional y la Población civil, que no se puede interpretar y comprender sino como acciones terroristas, sin ningún sentido.
El primer hecho se presentó en Tumaco, Nariño, donde por la explosión de una motocicleta bomba murieron tres policías y seis civiles.
El país no se había repuesto del aturdimiento de esta acción demencial cuando, al día siguiente, en Villa Rica, Cauca, se presentó otra explosión, esta vez con cilindros bombas que ocasionaron la muerte de un policía y cinco civiles, entre estos un menor de edad. Nos preguntamos, ¿qué sentido tienen estos dos hechos?.
¿Qué sentido tiene atentar contra puestos de la Policía, que es un cuerpo para proteger a la población civil, en un pueblo tan pobre como Tumaco, en Nariño, y la otra en Villa Rica, Cauca, en hechos en los que mueren humildes policías y población civil, gente común y corriente inocente en medio de este conflicto que las FARC persisten en perpetuar?.
¿Qué sentido tiene enlutar a decenas de hogares colombianos, dejar nuevas viudas y huérfanos en este conflicto que, a la luz de las circunstancias políticas y económicas de hoy, no tiene ninguna razón de ser?. En es un absurdo: puro y físico terrorismo…
Lo más preocupante es que estos hechos se presentan cuando el país está a la expectativa por la liberación de un grupo de miembros de la Fuerza Pública que aún permanecen bajo poder de las FARC, en calidad de secuestrados, y cuando esa organización, por medio de su máximo jefe, Alias Timochenco, está hablando de la posibilidad de buscar unos diálogos con el gobierno nacional y la sociedad colombiana para eventualmente iniciar un proceso de negociación que conduzca a una salida política a su situación.
Con hechos como los de esta semana, cada vez se reducen los espacios políticos de las FARC. Son acciones que lo único que logran es aumentar el rechazo, la repulsión que producen en la inmensa mayoría de los colombianos, que han comprendido que poco o nada se ha logrado con la acción de esta agrupación, que alguna vez nació como un instrumento de autodefensa de los campesinos en algunas zonas del país.
La violencia indiscriminada, sus relaciones con el narcotráfico y otras formas de la delincuencia, reducen a las FARC a situaciones de desespero como las protagonizadas en estos días. Con razón el Presidente de la República los califica de hipócritas, y señala sus actos de demencial terrorismo.   Y si con estas acciones buscan “ablandar” al gobierno, lo que logran es todo lo contrario: que los sectores enemigos del diálogo y la negociación manifiesten que ese no es el camino y que la opción a seguir, por la sociedad colombiana, es la de la mano dura y la guerra intensa, a cualquier costo.
Ojalá, y no queremos pecar de idealistas, algunos líderes y sectores de las FARC sepan leer la realidad política y económica nacional e internacional, donde su lucha ya no tiene ningún sentido. Sus banderas de reforma, en el tema de la tierra, en el tema de la equidad en la política social, en la lucha contra la pobreza, en el acceso gratis a la educación hoy están en la agenda esencial del gobierno nacional. Y otras organizaciones de izquierda que oportunamente renunciaron a la violencia hoy regentan, por citar sólo un caso, el segundo cargo del país, como es el caso de la Alcaldía de Bogotá. ¿Entonces?.

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