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Territorio, identidad y cultura

Los territorios tienen su identidad.

Llevo varias semanas escribiendo sobre territorio, cultura e identidad. Para ir cerrando el tema creo necesario definir un poco los términos que hemos utilizado en dichos escritos, puesto que algunos amigos lectores me han pedido ser más específico respecto al tema.

Me aventuro a definir el territorio como ese espacio geográfico, es decir, el contexto donde convive un grupo social, es el lugar donde el individuo mantiene y moldea algunas practicas sociales relacionadas con su espacio o hábitat; es pues, la compleja relación del individuo con el paisaje, el cual apropia, interioriza y en el proceso convierte en ‘su paisaje’, parte esencial de su espacio vital. 

Aquí en este contexto, relación individuo-paisaje se da el fenómeno simbólico de la cultura, la que, a su vez, le da significados a los signos, símbolos, normas, actitudes y valores propios de la comunidad y del colectivo de individuos que pueblan el territorio. Símbolos y representaciones compartidas en ese contexto histórico- social donde existen como comunidad.

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Ahora bien, a todas estas, ¿qué es la identidad? Esta no es otra cosa que la idea que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás, por tanto, en ese todo llamado paisaje, símbolos, normas, valores que se da en los individuos de un contexto geográfico, histórico y social, es por ello, que el grupo, la comunidad o los individuos se autoidentifican como parte integrante de la comunidad, o desconocen, incluso pueden rechazar a quien no tenga los mismos códigos culturales del territorio.

Tal relación, territorio, paisaje, cultura, individuo, conforman el “nosotros”, que no es otra cosa que la reunión del “Yo” de todos los individuos del colectivo. Aunque parezca enrevesada las definiciones que doy, son un acercamiento a un tema bastante complejo y que de su complejidad se han valido desde siempre para ejercer relaciones de poder y dominio, los individuos de culturas diferentes para dominar los otros. 

Uno de los signos de dicho intento es la negación de la cultura vernácula, la invisibilización de la simbología, pautas y códigos culturales para propiciar la implantación deculturadora de otros signos, es decir, de otra cultura sobre la local y terrígena.

Por todo lo anterior los trabajadores de la cultura, los sabedores y detentores de los saberes territoriales deben tener claro cuál es su territorio, cuál su paisaje, cuáles los signos y códigos culturales, cuál la historia de su hábitat, para que puedan defenderla, difundirla, perpetuarla, para que sean los guardianes de esa cultura heredad de nuestros mayores. Es menester la instauración de la cátedra sobre la cultura y la historia local, con el propósito de complementar y profundizar el conocimiento que da la familia sobre la identidad cultural de los individuos del territorio.

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Se hace necesario que el ente territorial genere una política pública que impulse la cultura a través de las Casas de Cultura, bibliotecas, grupos de danza, teatro, escuelas y colegios y que además financie e impulse eventos culturales, llámense encuentros, festivales, convites, fiestas que tengan como epicentro las formas identitarias de los territorios, que a través de dichos eventos los individuos reivindiquen su identidad territorial, su origen e historia común, para que se reconozcan en comunión y sientan el orgullo de lo propio.

No podemos seguir viendo al territorio como si no viviéramos en él, pues no solo vivimos, estamos imbuidos en él, en su cultura, en su paisaje, en sus saberes, en sus costumbres, en sus tradiciones, en fin, somos parte integrante de ese “todo común” que llamamos territorio, así que de nada sirve desconocerlo, ya que tal actitud denota ignorancia supina, rayana en la estupidez, pues el hombre tiene intereses vitales con su Ethos , el hombre debe sobrevivir no solo en forma física, sin psíquica y social, como diría Erik Fromm, “los intereses vitales humanos están necesariamente marcados de sentido y responden a una trama simbólica de raigambre existencial, intereses que son defendidos hasta con la propia vida”.

Lo anterior indica que el desarraigo y la desterritorización  son enemigas del hombre, de su entorno, de su historia, de su cultura, por tanto, debe luchar por su Ethos vital, defenderlo y sentirse dueño, orgulloso de su origen, de su familia, de su territorio.

Por: Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Categories: Crónica
Diógenes Pino Sanjur: